Las
recientes declaraciones de Manuel Burga, Presidente de la Federación Peruana de
Fútbol efectuadas ante la cadena CNN despertaron nuevas arremetidas, unas más
dentro de las incalculables que ha recibido el directivo a lo largo de su no
muy corta carrera dirigencial del balompié peruano. En ellas para que el veneno
de las críticas tenga más efecto le negaron el valor de los pocos éxitos
alcanzados por la representación peruana en competencias internacionales.
Burga
recordó sus buenos momentos con la actuación de los “jotitas” y el tercer lugar
alcanzado por la selección mayor en el sudamericano del 2011 y…pobre de él, dijo
lo que dijo y le llovieron gruesos adjetivos calificativos, que visto por
cualquier lado identifican el odio, no sé con qué sentido y con qué origen. Lo
que demuestra la poca objetividad del redactor de la nota que se incluye en la
web de El Comercio, decano de la prensa peruana.
Y
como el susodicho redactor, la orquesta de detractores está extendida en la
amplia población que sigue la cuerda a quienes se han dedicado en los últimos
años a responsabilizar al tal Burga por lo malo y lo peor que suceda con
nuestro fútbol, por el solo hecho de ganar repetidamente las elecciones del
directorio de la FPF y porque en la cancha los resultados no sean ni siquiera
regulares.
Se
amplifican las derrotas de pequeños, medianos y grandes para culpar de ellas a
Burga y compañía, pero se esconden o se entregan los triunfos a los utileros
del club de barrio o al barredor de la esquina, negándose en todos los términos
y colores al vapuleado directivo.
La
historia de la inequidad, de la falta de objetividad va más allá. Serpientes,
sapos de todo color y signos de malignidad salpican desde la boca de quienes
deberían cumplir un rol orientador para la comunidad que terminan distorsionando
la verdad. La crítica es atroz, sumamente criminal en contra del directivo, a
quien no conozco más allá de un corto encuentro que tuve con él en 2005 en una
cena de recepción premundialista y del caminar tranquilos intercambiando y
conversando conceptos deportivos por poco más de unas dos cuadras iquiteñas.
Existen abanderados que no cesan de castigar severamente con desubicados
comentarios, casi siempre irreales.
Cuando
Perú comienza una eliminatoria o disputa un campeonato de cualquier índole y lo
hace con buenos resultados, saltan ídolos hechos de lodo que son construidos
con el deleznable material que mis colegas de la prensa en periódicos, en
minutos de televisión o de radio emplean para fabricar episodios fantásticos.
Los futbolistas son ensalzados como “magníficos” o “galácticos”, pero todos
ellos viven una fantasía pintada con los pinceles de las lenguas o de la
imaginación de quienes ahí olvidan el momento de eventual bonanza que genera la
dirigencia.
En
esa misma analogía, los Butters y tantos otros que le hacen la coreaografía no
dicen y actúan de la misma manera cuando los equipos y “sus muchachos” se
derrumban. Aparece entonces la figura del culpable: Burga.
Para
estos comentaristas, Burga es culpable de los actos de malacrianza e inconducta
de famosos y de desconocidos como Max Barrios, y quizá –no sería raro que- más
tarde le saquen la historia donde el directivo sea cómplice de las oscuridades
de los líos de este jugador. Para esta amplificadora es culpable de las
“chupaderas” y las majaderías de los seleccionados, en resumen es culpable de
todo lo que pasa en el fútbol peruano, solo lo malo. Lo Bueno es el éxito de
los periodistas y de los jugadores.
Burga
es culpable de que Perú desde 1982 no esté presente en un Mundial de mayores y
es responsable de las malas actuaciones en todas las categorías, de los errores
durante los partidos de los cambios efectuados por chemo o por el mago
Markarián, de las malas reacciones y decisiones de las comisiones de justicia
de la Asociación Deportiva que agrupa a los clubes profesionales. Pero en esos
hígados afectados por la hiel, el odio se transmite en un sentido de ceguera y
torpeza sobre la opinión de los peruanos que por el rumor y comentario
extendido terminan mezquinos, desconociendo los méritos y los buenos resultados
de la gestión Burga.
El directivo –en esa lógica- es responsable de los resultados, pero infelizmente solamente
puede “disfrutar” de los malos resultados porque de los buenos hacen suyos y se aprovechan sus enemigos.
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