Las fiestas del carnaval nos
convocan en todo el mundo. Es una fiesta pagana, popular, creo que no es
religiosa, es lúdica, fantástica, con propiedades de color, olor y hasta dolor. La historia es tan remota y de
discutible origen. Nadie puede preciarse de su origen, pero ahora mismo en varios
continentes es fiesta viva en la que todo se permite. El carnaval manda y nadie
lo demanda se suele decir para licencias que se toman los pobladores.
Las tradiciones son aplicables
en estas fiestas. Ahora mismo, alemanes, suizos, belgas, españoles u holandeses,
por mencionar los pocos, celebran el carnaval, mediante sus expresiones, sus
modos. Los peruanos también tenemos lo nuestro y particularmente los selváticos
hacemos cosas especiales, de acuerdo a la disponibilidad de los recursos que
tenemos a la mano.
Se
dice que en la historia de su origen está el culto en honor a Baco, el dios del vino,
las saturnales y las fiestas de febrero dedicadas al dios del pan en los
predios romanos, o las que se realizaban en honor del toro Apis en Egipto. Aunque
revisando más, los historiadores remontan las festividades a las antiguas Sumeria
y Egipto, hace más de 5,000 años, con celebraciones muy parecidas en la época
del Imperio
Romano, desde donde se expandió la costumbre por Europa, siendo
llevado a América por los navegantes españoles y portugueses a partir del siglo
XV.
En
las tierras del nuevo mundo, las manifestaciones del carnaval fueron otras pero no tan diferentes. Aunque siendo la
etimología derivada del latín vulgar carne-levare, que significa
abandonar la carne, las festividades no siempre invocan la lujuria sino que
expresan el desborde de las emociones.
Hablar
de carnaval obliga a extender la búsqueda de pasajes y caminos en la historia
que son los fluyentes hasta lo que es o queda de lo que fueron carnavales,
particularmente en la selva de la Amazonía peruana.
En
Iquitos y en Loreto, el carnaval es una fusión de vivencias rurales, indígenas,
hispanas, europeas y una marcada intervención de la cultura brasilera derivada
de la cultura portuguesa, llena de color y finura en las artes. Una mezcla
simpática. El uso del éter lanzado sobre el rostro protegido por un cómplice
antifaz, de grupos vestidos en forma de comparsa, de silabeos amorosos para
intercambios de frases de amor contenidas en las serpentinas de color, son
rasgos que fueron la cultura urbana iquiteña. De eso queda poco o casi nada.
El
carnaval es un cúmulo de expresiones propias de las costumbres de los
amazónicos, con juegos con agua, frotaciones de frutos en la narices con olores
peculiares y hasta muy parecidos a los que emanan los órganos sexuales
femeninos a los que llamamos picho huayo, la aplicación de barro, achiote con
su característico color rojo, aplicaciones como los frutos de la caballuza y
otros que le dan la pintura y fantasía a esta fiesta.
Ahora
mismo, las cosas en los carnavales buscan una evolución, caminan al retro del
encuentro con la cultura más indígena y su cosmovisión que contiene el
paganismo de figuras como los mashacaras, que asombran con sus irrumpidas
presencias en medio de los pueblos con personajes con mascarones que muestran seres
que dicen salieron debajo de las superficies sepulcrales para mezclarse entre
los vivos fiesteros, casi siempre danzarines ante pálida luz.
Ahora
el carnaval, tan extendido en casi todos los pueblos del mundo es un factor
sumatorio a las propuestas de mejoramiento de la oferta que tienen las ciudades,
para ofrecer más de turismo a quienes quieran abandonar la rutina en busca de
nuevas aventuras y un encuentro con el casi siempre impensado mundo de las
carnestolendas.
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