Dicen que Julio César Arana del Águila es un personaje controvertido en la historia del Perú, las razones se han expuesto de manera muy corriente argumentándose que fue un genocida –dicen muchos- o por ser un héroe defensor de la soberanía peruana en los territorios limítrofes con Colombia, dicen los más pocos. Pero siendo así o como sea, en esas rutas vivenciales casi nadie se ha fijado en la trayectoria que en su corta vida tuvo Carlos Fermín Fitzcarrald López, quien dejó una estela también discutida entre aportes sustanciales al conocimiento, ambiciosos proyectos económicos de explotación y muertes de los indígenas que no coincidían en sus pareceres. Ambos están incluidos en los registros de los angurrientos tiempos de las explotaciones caucheras de finales del siglo XIX.
Se dice de Fitzcarrald que fue el más grande cauchero, adjetivo calificativo que puede ser rebatible pero no siendo éste un tema que nos ocupa hoy, ni sus aventuras geográficas en busca de nuevas rutas para comunicarse entre los explotadores del caucho, podríamos decir que en base a la lectura de algunos escritos de quienes siguieron sus pasos se trataría de un hombre de fuertes ambiciones y desmedidas acciones que lo ubican como un caudillo, violento con unos y paternal con otros.
Este hombre fue un dinámico aventurero que extendió y estableció sus dominios en los ríos Ucayali y Madre de Dios. Era sumamente conocido, era una leyenda viva hasta que la muerte lo atrapó el 5 de junio de 1897, fecha aún no fijada ya que hay quienes sostienen que fue el 9 de julio, en un accidente fluvial.
SUS DISCUTIDOS ORIGENES
Murió apenas a los 35 años de edad dejando en el camino una figura de noble héroe y “digno” contribuyente al conocimiento de la geografía amazónica. Consecuencia de esto es que muchas calles llevan su nombre y hasta una provincia de la región Ancash se llama - en su memoria- como él.
Tomando datos de sus biógrafos hacemos un repaso de los orígenes de Carlos Fermín Fitzcarrald López recordando que nació en San Luis de Huari en 1862, en Ancash. Hay quienes aseguran que fue hijo de un marino norteamericano que se vinculó sentimentalmente con una peruana. Aún hay más, realmente Fitzcarrald no se llamaría como lo conocemos sino que su verdadero nombre fue Isaías F. Fitzgerrald. Tuvo que obligarse a cambiar su nombre y los apellidos para que la justicia peruana no lo condenara por haber sido espía chileno en la Guerra del Pacífico. Esta acusación no fue comprobada y corroborada pero esa habría sido la causa que lo llevó a huir a la Amazonía con un nuevo nombre, además que ya había percibido que el caucho se transformaría en la nueva fuente económica, y que sin duda despertará o acentuará más sus astucias en el mundo de los negocios.
Poco después de 1888 ya era conocido como el rey del caucho. En esa sociedad de ricachones de la época, como todos o casi todos los componentes de este grupo de poder económico, envió a sus hijos a estudiar en Paris y se había hecho propietario de nativos de varias naciones indígenas, reavivando el viejo sistema de encomiendas y de pago de tributos, esta vez empleando la especie el caucho.
La figura que se describe de Fitzcarrald es la de un hombre de buen vivir, con elegancia indiscutible “…tenía un estilo que lo acercaba más a un gentleman que a un simple cauchero. Su vapor, el Bermúdez, de 180 toneladas, era célebre por sus características epicúreas” (para los placeres). Esa es la forma como Stefano Varese, lo describe en “La Sal de los Cerros” que es mencionado y descrito en su libro por el periodista y economista peruano Guido Pennano Allison.
VIVIA MEJOR EN LA SELVA QUE EN LA CIUDAD
Dicen que “cada cierto período cambiaba la zona de trabajo: el Pachitea, el Alto Ucayali, zona ésta donde estableció su casa matriz, lujosa y rodeada de delicadas áreas verdes cuidadas por jardineros chinos, el Tambo, el Apurimac, el Urubamba, el Madre de Dios, el Purús. Para poder movilizarse con rapidez de un lugar a otro de su vasto “imperio”, Fitzcarrald y sus dos socios (los barones del caucho Nicolás Suárez, de Bolivia y el español Antonio Vaca Diez) habían organizado una flotilla de botes y habían armado un vapor que podía surcar la mayoría de los ríos de la selva central. En él se podía tomar el mejor vino francés y descansar en cómodos camarotes.”, rememora Ovidio Lagos en su libro “Arana, Rey del Caucho”.
El Bermúdez era un vapor que siempre se mantenía “tan limpio, elegante y arreglado” -tal como relata en sus crónicas un misionero católico que llegó por esos lares en afanes catequísticos –– “que no tuvimos que envidiar nada a los mejores vapores europeos… media hora antes de comer se nos convidó una copa de cocktail y al acercarnos a la mesa, después del segundo toque de campanilla, quedamos todos admirados y complacidos, tanto por el lujo como por el buen orden del servicio y lo variado y exquisito de los manjares y licores…”
La narración de este episodio sigue mostrando un panorama totalmente opuesto a tanta belleza que por dentro se apreciaba. “…afuera del vapor Bermúdez, la situación era distinta. Afuera los colonos “estaban rifando a una muchacha” india o pagaban sus deudas… con una muchacha de buenas formas. Afuera del barco estaba la selva de los indios y sus casas, y cada vez que se tocaba tierra, todos los marinos y “gente de tercera” saltaban… una peste de langostas que no dejaba casa que registrar ni cosa que destruir…y los pasajeros, brincando por los cables (salían) como las hormigas a rebuscar plátanos, yucas, papayas y otras cosas, sin cuidarse del dueño de la chacra que los estaba viendo…” (1)
Sin embargo existen otros relatos sobre ciertas crueldades que en su oportunidad podrán ser expuestas. Fitzcarrald vivió en Iquitos hasta donde llegó con un gran cargamento de caucho. Aquí construyó una casa donde ahora se conservan algunos de sus patrones originales y que actualmente, luego de pasar por varias manos sirve para el funcionamiento de una entidad financiera. La vivienda de Fitzcarrald está en la Plaza de Armas, al lado del edificio que fue el Palacio Municipal iquiteño. En contraste con sus hábitos de generosa elegancia con que navegaba, la residencia de Fitzcarrald en Iquitos carece de las formas y las vanidosas costumbres de los caucheros de la época, ya que su arquitectura semeja en mucho a las viviendas que se construyen en San Martín, Cajamarca o Ayacucho, departamentos donde los lugareños edifican sus casas con tierra (barro) y caña brava, de dos pisos y con cobertura de tejas.
Mientras las otras edificaciones de la época cauchera lucían con las ostentaciones de paredes recubiertas con mayólicas portuguesas (azulejos), balcones con fierro labrado y arquitectura europea. Fitzcarrald vivía de otra manera. Contrajo nupcias con Aurora Velazco, hijastra del comerciante brasileño Manuel Cardozo da Rosa
Eso fue lo que hizo para vivir en Iquitos, sin embargo algo diferente ocurrió en las interioridades de la selva peruana. La casa que mandó edificar en 1892, en la confluencia del Ucayali y el Mishagua tenía otras características. Fue una verdadera mansión, destinada a ser su centro de operaciones, construyeron un edificio de tres pisos y se distribuyeron 25 habitaciones y todo fue en madera de cedro. Jardineros chinos fueron traídos para cuidar el huerto y los jardines, a los que según se dice “entregaban esmerados cuidados”. Poseía un almacén en el que podía encontrarse una gran diversidad de mercancías. Al lado de la propiedad de Fitzcarrald se instalaron otros caucheros y de esa manera formaron un pequeño poblado.
EN EL CINE: LA LEYENDA FITZCARRALDO
Las hazañas de Carlos Fermín Fitzcarrald fueron únicas, su legendaria figura cargada de audacia le llevó a muchas conquistas y su osadía la encaminó a su trágica muerte. Hacia mediados de la década de 1890, el cauchero era mentado con mucho respeto en cada conversación y a todo nivel, fundamentalmente en los ambientes financieros y comerciales de esta Amazonía donde se sentía el borbotear de los negocios y el dinero.
Existe un episodio sorprendente que realmente ocurrió y que fue ponderado en mucho durante el film dirigido para el cine por el alemán Werner Herzog en la película Fitzcarraldo, con las actuaciones estelares de Klaus Kinski y Claudia Cardinale, y en su momento –en un primer intento de la filmación- por Jason Robarts y Mick Jagger. La película fue una especie de biografía de Fitzcarrald donde se recrean escenas de un vapor desarmado que es trasladado por grupos de indios por un varadero (camino poco ancho, ubicado generalmente en medio de la selva que une a dos ríos) para ser armado al llegar al otro río. Ese camino es ahora conocido como el istmo de Fitzcarrald que vincula el río Cashpajali con el Manu y el Madre de Dios.
Se dice que en 1895, mientras navegaba por esas aguas en el vapor “Contamana”, puso a prueba su capacidad logística y quebró distancias enfrentando a la naturaleza para alcanzar esta insólita proeza.
“Pero no se trató de un inmenso vapor sino de una lancha más bien modesta. Su gran momento llegó por esa época, cuando se asoció con dos barones del caucho dueños de riquezas incalculables: Nicolás Suárez, de Bolivia y el español Antonio Vaca Diez, con inmensos territorios caucheros en Brasil. Su descubrimiento, el istmo de Fitzcarrald, fue una suerte de paso estratégico que unió las cuencas de los ríos Ucayali y Madre de Dios, ahorrando recorridos inútiles y costos altísimos. La unión comercial de estos tres hombres fue apabullante. Iniciaron la compra en Inglaterra de una prodigiosa flota fluvial, compuesta por vapores especialmente diseñados para esos ríos y su poder de dominación fue absoluto.” (2)
EL MENSAJE DEL DESCUBRIDOR
Para emprender este derrotero, se dice que se cumplió con un acto de solemnidad, un ceremonial con sus protocolos y con la mirada en la historia que registraba este pasaje de la vida amazónica. Según Ernesto Reyna en su libro Carlos F. Fitzcarrald. El rey del caucho (1942), La Contamana llegó al Mishagua y en junio de ese mismo año emprendió el viaje hacia el istmo. La partida tuvo ribetes de predisposición solemne, pues Fitzcarrald dio un discurso, aparentemente ensayado, desde los balcones de su casa, donde podría ser que haya dicho lo siguiente: "Nos hemos reunido hombres de Europa, Asia y América bajo la bandera de la nación peruana, no para emprender una aventura más, sino para ofrecer a la humanidad el presente de tierras ubérrimas, donde puedan encontrar un nuevo hogar los desheredados del mundo.
Ciudadanos del Centro, del Norte y del Sur del Perú: me acompañáis en la exploración más grande que se ha hecho en las montañas de nuestra Patria en los últimos tiempos; os aseguro que el éxito coronará nuestros esfuerzos y que agregaremos nuevas glorias a nuestra bandera.
Pueblos de los campas y tribus de los cocamas, capanaguas, mayorumas, remos, cashibos, piros y huitotos: os llevo, como un padre bueno y justiciero, a daros el premio de los montes divinales, que se extiende por donde sale el Sol, donde abundante caza os espera; allí os daré pólvora y balas para que vuestras escopetas abatan a las bestias.
Para que llegue el triunfo pronto y seguro, necesitamos trabajar sin descanso. ¡Manos a la obra!".
EL FERROCARRIL DE FITZCARRALD
El cruce del varadero de once kilómetros y medio no se hizo sin problemas con los pobladores nativos. Como se dijo, Fitzcarrald gozaba de gran simpatía entre los campas y piros, no así entre otros grupos étnicos de la zona, como los maschos y huarayos, los cuales intentaron oponerse a su presencia enviándole embajadas de advertencia. El cauchero ordenó entonces algunas "correrías", es decir, expediciones de represalia o exterminio, contra estos nativos, a consecuencia de las cuales murió un número indeterminado de maschos.
El sueño de Fitzcarrald era construir un ferrocarril en todo el tramo del Istmo que lleva su nombre, tanto así que ya se habían emprendido los primeros pasos, el avance se daba cuando el 1 de mayo de 1897 partió desde Iquitos el vapor “Adolfito” con mercadería y los rieles con los que se empezaría el tendido del ferrocarril, pero la fatalidad se interpuso en todo lo planeado. El 9 de julio la nave se dispuso a atravesar uno de los rápidos del Alto Urubamba, en el pasaje conocido como Shepa. Estaban a punto de lograrlo, pero en la maniobra se rompió la cadena del timón y la corriente estrelló el barco contra las rocas. En medio de la confusión, Carlos Fermín Fitzcarrald vio que su socio boliviano Vaca Díez estaba ahogándose y acudió en su auxilio, pero las aguas lo envolvieron. Ambos murieron, sus cuerpos fueron arrastrados por la corriente y aparecieron en la isla Guineal..
La obra de este legendario cauchero ha sido discutida por sus pasos positivos de su camino y así como también por las repercusiones negativas que tuvo entre la población nativa de la selva. Su vida no tuvo la tintura oscura del escándalo que sí alcanzó la trayectoria de Julio César Arana del Águila, pero con sus aventuras Fitzcarrald en procura de amasar dinero y riqueza de todo tipo, sacrificó cientos de vidas. Los que revisaron la historia lo identifican como un caudillo que tenía como única ley el rifle.
Este artículo no pretende mostrar a un Fitzcarrald en el lado negativo de su vida, ni nombrarlo en el afán de quebrar su bien labrado camino de servicio que lo reconocen muchas personas y seguidores de la historia, sino que descubrir pasajes de su vida que muchos podrían desconocer e ilustrar a quienes de forma vaga ubican su nombre entre los notables del Perú.
(1) (2)Arana, Rey del Caucho, Ovidio Lagos. Título original The Devil’s Larder: (“La Despensa del Diablo”). Copyright © Jim Crace, 2001. © 2003, Emecé Editores, S. A.
CREO QUE VENGO DE ESE LINAJE MI APELLIDO ES FISCARRALDE Y MI PADRE ERA PERUANO
ResponderEliminarGracias por contarnos parte de nuestra historia desconocida
ResponderEliminarPóngase en contacto conmigo, por favor. Fitzcarrald fue el bisabuelo de mi esposa y estamos buscando más información sobre él, su esposa e hijos. (Me puede contactar al email jb.4jun57@ gmail.com) Gracias
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