Soy de los que cree que la fortaleza de un hombre se ubica dentro de su alma inspirada en el éxito. Creo firmemente en eso, en que la victoria es algo más que la circunstancia de un triunfo, pienso que es el resultado de la construcción de una ruta para alcanzar una meta. Quien no piense en victoria, es un hombre sin horizonte, sin fe ni optimismo, es un hombre sin triunfo, es un ser sin alma.
Él era un niño, ya había superado la etapa del gateo pero se enfrentaba a un reto. Regordete, pequeño, ojos vivaces y atrevido, como todos a esa edad sin medidas del peligro, sin temores más que lo nocturno. Debía dar el paso de los pasos, debía caminar y eso era atreverse. Aún cogido de las manos de mamá debía emprender solo hacía los brazos de papá. Osado hizo lo suyo, caminó hacia su meta. Había vencido.
La victoria es una meta alcanzada. Es un tramo corto o largo, de fácil o dificultoso tránsito, de duras o aliviadas carreras. La victoria es el final de una ruta superada con decisión. No hay una victoria que esconda la sonrisa. El triunfo siempre nos da la satisfacción de la auspiciosa llegada a la meta y la extensión horizontal de los labios dibujando en ellos la satisfacción del arribo esperado.
No hay mayor ni mejor ánimo que el surgido de la sinceridad del propio yo o de quien nunca se desligará sentimentalmente de ti. ¡¡¡… Vamos tú puedes mucho más de lo que te imaginas, tienes las fuerzas de quien necesita ganar…!!! Alentaba el padre al pequeño, al niño consciente de que podía vencer. Y el niño con audacia vencía.
Han pasado tantos años y una noche de esas tantas, cargadas de pensamiento envolventes, leí un escrito surgido de las manos de mi hijo que me emocionó enormemente. Estaba lleno de entusiasmo irreversible, de fe, de esperanzas labradas en el mejor sentido de la grandeza. Quise entender en su mensaje un arraigo cargado de optimismo, de fe grandiosa, de una voluntad a prueba de vientos y huracanes, de sobreposición contra la corriente. Con la fuerza de su juventud habría inspirado sus palabras con la fortaleza que Dios le da para decir que “Hoy comienza el resto de mi vida, nada me detendrá…”; airoso y auspicioso, despreciando las dificultades y con alma de verdugo de los obstáculos.
Por mi mente corren cual películas de dramas del cine de Hollywod, las imágenes de mi hijo aún niño, vestido de color azul marino o de naranja corriendo detrás del balón en esos campeonatos infantiles llamados Pelota de Trapo. O quizá los momentos en que ya adolescente brillaba junto a otros de su edad en campeonatos de fútbol, conmigo alentándolo al lado de mamá para ganar y solamente al uso del estribillo del “vencer, sólo vencer”.
Me embriaga ese espíritu que me parece ser el mismo del adolescente que alenté cuando hacía deporte enfundado con su ropa de fútbol escolar. Más pequeño que todos pero grande en asimilación, impuso su fe en sí mismo, dejando entre las patas de la cama la flojera de cuerpo y alma, se propuso ingresar a la selección de los mejores y dentro de ellos ser el número uno. Meta que él se propuso alcanzar y lo hizo en base a inteligencia, dedicación y suma responsabilidad. Más tarde su presencia le dio la razón premiando sus propios esfuerzos.
Ánimo, creencia y fortaleza es comenzar “el resto de la vida” que nos queda, para que el joven se sobreponga a las dificultades y ante cada situación de adversidad configurar en su mente el triunfo. Una mente sin inspiración ganadora es un corredor trabado en sus propias piernas.
“Nada me detendrá”. Explica que el hombre se sobrepone a cualquier adversidad. Hace que su alma se inspire en fuerzas propias y se proponga alcanzar el destino que él mismo se ha obligado.
Hubiese preferido que mi hijo fuese eternamente niño, que corra conmigo, que salte a mi lado, que mantenga su inocencia como blanca nube, tal como vino al mundo. Que su camino sea una alfombra de flores y que viva al margen de los conflictos en que nos envolvemos los seres humanos. Pero tanta belleza no puede ser posible, la vida no es así, está hecha de otra manera. La vida nos señala ese destino, me pasó a mí y también le pasará al hijo de mi hijo.
La vida es joven, él tiene la juventud que lo aleja del triste concepto conclusionista de que el “resto de la vida” es una ruta corta, de corto trecho. Es pronto para pensar en “el resto” como parte final, pero es vigente y actual, siempre actual de que nada le detendrá, será grande, muy grande cuando se decida, por él y por lo que ama.
Él era un niño, ya había superado la etapa del gateo pero se enfrentaba a un reto. Regordete, pequeño, ojos vivaces y atrevido, como todos a esa edad sin medidas del peligro, sin temores más que lo nocturno. Debía dar el paso de los pasos, debía caminar y eso era atreverse. Aún cogido de las manos de mamá debía emprender solo hacía los brazos de papá. Osado hizo lo suyo, caminó hacia su meta. Había vencido.
La victoria es una meta alcanzada. Es un tramo corto o largo, de fácil o dificultoso tránsito, de duras o aliviadas carreras. La victoria es el final de una ruta superada con decisión. No hay una victoria que esconda la sonrisa. El triunfo siempre nos da la satisfacción de la auspiciosa llegada a la meta y la extensión horizontal de los labios dibujando en ellos la satisfacción del arribo esperado.
No hay mayor ni mejor ánimo que el surgido de la sinceridad del propio yo o de quien nunca se desligará sentimentalmente de ti. ¡¡¡… Vamos tú puedes mucho más de lo que te imaginas, tienes las fuerzas de quien necesita ganar…!!! Alentaba el padre al pequeño, al niño consciente de que podía vencer. Y el niño con audacia vencía.
Han pasado tantos años y una noche de esas tantas, cargadas de pensamiento envolventes, leí un escrito surgido de las manos de mi hijo que me emocionó enormemente. Estaba lleno de entusiasmo irreversible, de fe, de esperanzas labradas en el mejor sentido de la grandeza. Quise entender en su mensaje un arraigo cargado de optimismo, de fe grandiosa, de una voluntad a prueba de vientos y huracanes, de sobreposición contra la corriente. Con la fuerza de su juventud habría inspirado sus palabras con la fortaleza que Dios le da para decir que “Hoy comienza el resto de mi vida, nada me detendrá…”; airoso y auspicioso, despreciando las dificultades y con alma de verdugo de los obstáculos.
Por mi mente corren cual películas de dramas del cine de Hollywod, las imágenes de mi hijo aún niño, vestido de color azul marino o de naranja corriendo detrás del balón en esos campeonatos infantiles llamados Pelota de Trapo. O quizá los momentos en que ya adolescente brillaba junto a otros de su edad en campeonatos de fútbol, conmigo alentándolo al lado de mamá para ganar y solamente al uso del estribillo del “vencer, sólo vencer”.
Me embriaga ese espíritu que me parece ser el mismo del adolescente que alenté cuando hacía deporte enfundado con su ropa de fútbol escolar. Más pequeño que todos pero grande en asimilación, impuso su fe en sí mismo, dejando entre las patas de la cama la flojera de cuerpo y alma, se propuso ingresar a la selección de los mejores y dentro de ellos ser el número uno. Meta que él se propuso alcanzar y lo hizo en base a inteligencia, dedicación y suma responsabilidad. Más tarde su presencia le dio la razón premiando sus propios esfuerzos.
Ánimo, creencia y fortaleza es comenzar “el resto de la vida” que nos queda, para que el joven se sobreponga a las dificultades y ante cada situación de adversidad configurar en su mente el triunfo. Una mente sin inspiración ganadora es un corredor trabado en sus propias piernas.
“Nada me detendrá”. Explica que el hombre se sobrepone a cualquier adversidad. Hace que su alma se inspire en fuerzas propias y se proponga alcanzar el destino que él mismo se ha obligado.
Hubiese preferido que mi hijo fuese eternamente niño, que corra conmigo, que salte a mi lado, que mantenga su inocencia como blanca nube, tal como vino al mundo. Que su camino sea una alfombra de flores y que viva al margen de los conflictos en que nos envolvemos los seres humanos. Pero tanta belleza no puede ser posible, la vida no es así, está hecha de otra manera. La vida nos señala ese destino, me pasó a mí y también le pasará al hijo de mi hijo.
La vida es joven, él tiene la juventud que lo aleja del triste concepto conclusionista de que el “resto de la vida” es una ruta corta, de corto trecho. Es pronto para pensar en “el resto” como parte final, pero es vigente y actual, siempre actual de que nada le detendrá, será grande, muy grande cuando se decida, por él y por lo que ama.
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