18/10/10

CANIBALISMO EN LAS POBLACIONES INDIGENAS

Las poblaciones indígenas tienen una variedad de costumbres que las hacen diferentes entre unas y otras. Juan Tapayuri, ingeniero de la nación cocama cocamilla del Huallaga, es amplio conocedor de las costumbres de estas comunidades y al conversar con él me encontré con un mundo sumamente interesante donde la cosmovisión de sus habitantes es verdaderamente sorprendente.

En medio de estas delicadas investigaciones buscamos llegar más allá del presente a los lejanos ayeres de los indígenas de la época del caucho, a quienes de acuerdo a los relatos esclavizaron y asesinaron por miles durante los años del imperio del cauchero Julio César Arana del Águila.

Los conceptos y las opiniones recogidos a lo largo de las décadas más remotas sobre los indios que poblaban la región donde se identificaron a huitotos, boras, ocainas, andoques y carijones varían según la fuente y su posición económica, es decir de acuerdo a los intereses de sus patrocinadores.

Los aranistas argumentan que la violencia con que emprendieron contra los indígenas del Putumayo se debe a sus costumbres caníbales, además de que no cedían a la civilización. Es el caso del ingeniero francés Eugenio Robuchon, contratado por la Casa Arana, cuyo libro sobre la región se publicó en 1907, dos años después de su misteriosa desaparición donde titula en su segunda parte: “Entre indios caníbales”, describiendo una visión diabólica de los indios huitotos nonuyas (o witotos) que a continuación transcribo:

“La tendencia al canibalismo de estos seres es tal que se comen entre sí de tribu a tribu. Sin contar las batallas, donde los cadáveres de los enemigos proveen la carne para el festín que se efectúa al día siguiente de la acción, siempre tienen oportunidad de satisfacer aquella tendencia, pues conservan como prisioneros de guerra a los que caen en sus manos, guardándolos para fechas ulteriores. Y estos infelices no huyen jamás, aun sabiendo la suerte que les espera, pues consideran como distinción honorífica el género de muerte a que se les destina. Llega el día de la ceremonia, matan a la víctima con una flecha envenenada: la cabeza y los brazos, únicas presas que sirven para el festín, se separan del tronco y comienza entonces la horrible operación culinaria.

La gran olla de tierra, especialmente reservada para el caso y ordinariamente suspendida del techo, se baja hasta el suelo. Arrójanse en ella los despojos humanos sin mutilarlos, sazonados con una buena cantidad de ajíes rojos, y aquel puchero repugnante se hace hervir a fuego lento. Simultáneamente el manguaré comienza a dejar oír su sonido sordo, anunciando en las lejanías del bosque los preparativos de la ceremonia. De todas las colinas vecinas responden los manguarés, y los indios comienzan a llegar al centro del festín.

Todos se han revestido de sus más bellos ornamentos, de plumas multicolores, de cascabeles que atados a las rodillas producen un sonido alegre a cada paso. Quinientos o seiscientos indios, hombres y mujeres, pueblan el sitio, armando una algazara atronadora, mezclando sus discordantes gritos a los chillidos de las criaturas o a los aullidos de los perrros…

De pronto, cesa el ruido del manguaré … Un gran silencio sucede a la gritería anterior: la olla ha sido retirada del fuego.

Los hombres, únicos que toman parte activa en la ceremonia, se sientan alrededor. El capitán o cacique agarra un pedazo de carne humana y después de deshacerlo en largos filamentos, se lo lleva a la boca y comienza a chuparlo lentamente, pronunciando de vez en cuando una serie de palabras apoyadas por un heu afirmativo por parte del resto de la muchedumbre. Enseguida tira a un lado la carne desangrada. Cada uno continúa, por turno, la misma operación hasta rayar el día. Los cráneos y brazos, del todo despojados de carne, se suspenden inmediatamente del techo sobre el humo, y luego los caníbales se hartan de cahuana, e introduciéndose los dedos en la garganta, provocan el vómito.

Vuelve otra vez a retumbar el manguaré, lentamente primero, después con gran rapidez, hasta que los golpes adquieren un ritmo arrebatador. Ha comenzado el baile, baile infernal, donde tiembla la tierra bajo las patadas de los indios. Resuenan los cascabeles de un modo ensordecedor, los cánticos se convierten en aullidos atroces y se apodera de los indios una excitación nerviosa, producida por la influencia de la coca, muy parecida a la locura feroz, que los domina durante los ocho días que dura la festividad.”

Sobre la antropofagia que describe Robuchon, dicen los que conocen y saben con mayor acercamiento de estos hechos que son creíbles. El escritor explica bien sobre los huitoto nonuyas, lo que ciertamente no hace que todos los indios fueran caníbales, en esa época y hoy mismo. Que si éstos tenían estos ritos guerreros ahora no tienen ni batallas ni se alimentan de carne humana.

Referencias:
Extraídas de Arana, Rey del Caucho

De: Ovidio Lagos
Título original
The Devil’s Larder (“La Despensa del Diablo”)
Copyright © Jim Crace, 2001 © 2003, Emecé Editores, S. A.

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