a plena luz del día
Los enigmas que nos da la vida y nuestra cosmovisión nos conducen a envolvernos de incógnitas que son alimentadas por cada caso, persona, vertiente filosófica y tradición de los pueblos. Cada evento sorprendente, en mi caso particular, por más seguro de lo que me parezca que haya sucedido sigue siendo un elemento que está bajo el manejo de Dios. Lo que comentaré no tuve la suerte de confiar personalmente al ministro de mi Iglesia, la del Movimiento Misionero Mundial, pastor Julián Morón que seguramente hubiese encontrado una sabia explicación.
Era uno de esos agitados días iquiteños, poco antes de las 7 de una de esas mañanas de un lunes del 2006 cuando en camino a mi centro de trabajo, en medio de la bullanguera ciudad y el tráfico congestionado avisté delante mío, sobre su motocicleta, de espaldas a mi con la característica cabellera blanca a quien suponía era Harry un amigo mayor que yo pero sumamente juguetón como si fuera un travieso veinteañero. Estaba seguro que lo era. Un semáforo con luz roja encendida nos detenía en el recorrido. Me aprestaba a jugarle una broma, pero mientras volvía la luz verde que me podía dar la posibilidad de darle alcance giré la mirada y me distraje muy brevemente en otro asunto. Al volver a reiniciar el tránsito, Harry ya giraba hacia el lado derecho y se “libraba” de la chacota que le quería jugar.
Al llegar a mi oficina, en el despacho revisé los diarios del fin de semana e inclusive del lunes. Los repasé. Uno de ellos mostraba –como su costumbre- sangre y muerte. Luego lo volví a revisar y leí el detalle. Conforme pasaba las líneas, iba enterándome que en un brutal accidente de tránsito, el pasado fin de semana había dejado de existir Harry, el amigo a quien había visto “vivo” hacía unos minutos.
En enero de 2007, otro suceso trastocó mis inquietudes. Había cumplido con unas faenas de limpieza en casa. En el centro de Iquitos, era un domingo de medio mes, cerca del mediodía, minutos más minutos menos. Una “mancha” de amigos me visitó y en la puerta, en la misma calle conversábamos. Levanté la mirada y a unos 50 metros de mi, cuesta abajo en la calle estaba Mario, hombre muy mayor, amigo mío, gerente en la televisora local donde yo dirigía los noticieros regionales, caminaba, lo hacía siempre ágil, impecablemente peinado y vestido muy deportivamente con polo de piqué blanco y un pantalón al que llaman bermudas de color beige, medias blancas y zapatillas cuidadosamente limpias. Hacia mucho que no lo saludaba ni veía. Me dije esta es mi oportunidad, esperaré su paso, porque se dirigía hacía donde me encontraba con mis amigos, que le daban la espalda. Mientras, seguía conversando. Al levantar la mirada y buscar a Mario, éste ya no estaba. Unas semanas más tarde, mientras esperaba atención en la clínica de la Seguridad Social, encontré a la esposa de Mario quien me comunicó que mi amigo había fallecido víctima de un paro cardiaco a finales de diciembre del 2006.
Por qué estás apariciones a plena luz del día?. Cuántas personas más habrían visto en estas circunstancias a Harry y Mario?. Las incógnitas me llenan la cabeza y me queda la consulta espiritual a los que más saben, entre ellos mi muy respetado pastor Morón.
Era uno de esos agitados días iquiteños, poco antes de las 7 de una de esas mañanas de un lunes del 2006 cuando en camino a mi centro de trabajo, en medio de la bullanguera ciudad y el tráfico congestionado avisté delante mío, sobre su motocicleta, de espaldas a mi con la característica cabellera blanca a quien suponía era Harry un amigo mayor que yo pero sumamente juguetón como si fuera un travieso veinteañero. Estaba seguro que lo era. Un semáforo con luz roja encendida nos detenía en el recorrido. Me aprestaba a jugarle una broma, pero mientras volvía la luz verde que me podía dar la posibilidad de darle alcance giré la mirada y me distraje muy brevemente en otro asunto. Al volver a reiniciar el tránsito, Harry ya giraba hacia el lado derecho y se “libraba” de la chacota que le quería jugar.
Al llegar a mi oficina, en el despacho revisé los diarios del fin de semana e inclusive del lunes. Los repasé. Uno de ellos mostraba –como su costumbre- sangre y muerte. Luego lo volví a revisar y leí el detalle. Conforme pasaba las líneas, iba enterándome que en un brutal accidente de tránsito, el pasado fin de semana había dejado de existir Harry, el amigo a quien había visto “vivo” hacía unos minutos.
En enero de 2007, otro suceso trastocó mis inquietudes. Había cumplido con unas faenas de limpieza en casa. En el centro de Iquitos, era un domingo de medio mes, cerca del mediodía, minutos más minutos menos. Una “mancha” de amigos me visitó y en la puerta, en la misma calle conversábamos. Levanté la mirada y a unos 50 metros de mi, cuesta abajo en la calle estaba Mario, hombre muy mayor, amigo mío, gerente en la televisora local donde yo dirigía los noticieros regionales, caminaba, lo hacía siempre ágil, impecablemente peinado y vestido muy deportivamente con polo de piqué blanco y un pantalón al que llaman bermudas de color beige, medias blancas y zapatillas cuidadosamente limpias. Hacia mucho que no lo saludaba ni veía. Me dije esta es mi oportunidad, esperaré su paso, porque se dirigía hacía donde me encontraba con mis amigos, que le daban la espalda. Mientras, seguía conversando. Al levantar la mirada y buscar a Mario, éste ya no estaba. Unas semanas más tarde, mientras esperaba atención en la clínica de la Seguridad Social, encontré a la esposa de Mario quien me comunicó que mi amigo había fallecido víctima de un paro cardiaco a finales de diciembre del 2006.
Por qué estás apariciones a plena luz del día?. Cuántas personas más habrían visto en estas circunstancias a Harry y Mario?. Las incógnitas me llenan la cabeza y me queda la consulta espiritual a los que más saben, entre ellos mi muy respetado pastor Morón.