Iquitos podría preciarse de ser una ciudad privilegiada por la naturaleza. Tiene al Amazonas al lado, río que es postulado como una de las 7 maravillas naturales del mundo, está en el corazón de la Amazonía y es poseedora de una población emocionalmente elevada y abiertamente sincera. Pero lamentablemente, en medio de estas apreciaciones de singularidad o particularidad, es una ciudad enferma que aterradoramente escapa a su voluntad por vivir y a la salud ambiental.
Y digo lo último por que huele a infierno ruidoso, se escucha tormentosa a cualquier hora del día e inclusive hasta ciertas horas de la noche. Iquitos y sus pobladores mueren en la locura y quién sabe en el laberinto de estruendosos motores de motocicletas y mototaxis, a los que llamamos motocarros. Por donde uno vaya no se libra de este salvajismo.
Hace algunos pocos años, escuché a Efrosina Gonzáles y a un grupo de entonados y bien intencionados ciudadanos embarcarse en la terca lucha de combatir el ruido a través de una asociación civil que en sus gestiones navega en medio de la imberbe mecida de las autoridades y funcionarios públicos. Bajar los volúmenes, descansar en menores números los decibles de las mal llamadas fiestas sociales y de las discotecas, cerrar los chupodromos (centro de consumo de bebidas alcohólicas donde mueren por beber y por daños auditivos) y así su misión se parece a la del Quijote, es decir de una lucha contra los fantasmas de la imaginación. Es decir contra lo casi imposible, no por lo irreversible, sino por la soledad y el aislamiento de quienes combaten. Unas golondrinas no harán el ansiado verano, solas no podrán sin la ayuda de los demás, y quiénes son los demás…los gobernantes locales.
La orfandad es clara, es evidente, en esta lucha por el silencio en contra del ruido en Iquitos, la inacción es ofensiva. Los “planes” de respaldo a esta “guerra” no responden a una real contingencia y a un sostenimiento del ordenamiento en el consumo sonoro, son las estructuras políticas que buscan notoriedad y ventajismo político como el resonando y ruidoso plan zanahoria, desproporcionado y nada técnico, donde el alcalde Salomón Abensur buscó pintarse de naranja para llamar la atención de una comunidad que sigue esperando algo de su gobierno provincial.
La Municipalidad de Maynas, que administra la ciudad de Iquitos ha demostrado una absurda incapacidad para controlar la actividad comercial, que es donde fundamentalmente se fija el origen y la producción sonora. En las calles, los puestos de la vía pública que comercializan discos compactos y otros similares compiten entre sí para llamar la atención de los potenciales clientes.
Con mototaxistas que conducen como almas que lleva el diablo, orquestas que elevan su sonido a niveles insoportables de ruido, con comerciantes que no respetan la tranquilidad y la salud ambiental, Iquitos es la triste expresión del caos sonoro mas desesperante, es el laberinto más contaminante de la selva del Perú… y todo esto sucede a orillas del río que los loretanos intentan ubicarlo entre las 7 maravillas naturales del planeta.
Y digo lo último por que huele a infierno ruidoso, se escucha tormentosa a cualquier hora del día e inclusive hasta ciertas horas de la noche. Iquitos y sus pobladores mueren en la locura y quién sabe en el laberinto de estruendosos motores de motocicletas y mototaxis, a los que llamamos motocarros. Por donde uno vaya no se libra de este salvajismo.
Hace algunos pocos años, escuché a Efrosina Gonzáles y a un grupo de entonados y bien intencionados ciudadanos embarcarse en la terca lucha de combatir el ruido a través de una asociación civil que en sus gestiones navega en medio de la imberbe mecida de las autoridades y funcionarios públicos. Bajar los volúmenes, descansar en menores números los decibles de las mal llamadas fiestas sociales y de las discotecas, cerrar los chupodromos (centro de consumo de bebidas alcohólicas donde mueren por beber y por daños auditivos) y así su misión se parece a la del Quijote, es decir de una lucha contra los fantasmas de la imaginación. Es decir contra lo casi imposible, no por lo irreversible, sino por la soledad y el aislamiento de quienes combaten. Unas golondrinas no harán el ansiado verano, solas no podrán sin la ayuda de los demás, y quiénes son los demás…los gobernantes locales.
La orfandad es clara, es evidente, en esta lucha por el silencio en contra del ruido en Iquitos, la inacción es ofensiva. Los “planes” de respaldo a esta “guerra” no responden a una real contingencia y a un sostenimiento del ordenamiento en el consumo sonoro, son las estructuras políticas que buscan notoriedad y ventajismo político como el resonando y ruidoso plan zanahoria, desproporcionado y nada técnico, donde el alcalde Salomón Abensur buscó pintarse de naranja para llamar la atención de una comunidad que sigue esperando algo de su gobierno provincial.
La Municipalidad de Maynas, que administra la ciudad de Iquitos ha demostrado una absurda incapacidad para controlar la actividad comercial, que es donde fundamentalmente se fija el origen y la producción sonora. En las calles, los puestos de la vía pública que comercializan discos compactos y otros similares compiten entre sí para llamar la atención de los potenciales clientes.
Con mototaxistas que conducen como almas que lleva el diablo, orquestas que elevan su sonido a niveles insoportables de ruido, con comerciantes que no respetan la tranquilidad y la salud ambiental, Iquitos es la triste expresión del caos sonoro mas desesperante, es el laberinto más contaminante de la selva del Perú… y todo esto sucede a orillas del río que los loretanos intentan ubicarlo entre las 7 maravillas naturales del planeta.