6/3/08

EN EL RIO, LA MUERTE ANUNCIADA

La cifra se eleva a casi 30 personas fallecidas en la tragedia del Tapiche, un afluente importante del Ucayali en la provincia de Requena. Se sabe que la causa de tan fatal fin de semana sería la sobrecarga de la motonave Santa Elena y el fuerte temporal de la noche. Lo que no se conoce ni se conocerá jamás es la cantidad de personas desaparecidas. En la Amazonía la informalidad es una demanda sordomuda y la necedad un argumento de vida.

Este no es el primer accidente, ni será el último que ocurra entre las aguas de nuestros agraciados pero feroces ríos amazónicos. Enumerarlos sería remontarnos a tiempos sumamente lejanos, pero esa es historia y casi nada tiene que ver con la realidad actual en la que somos responsables sino todos, tal vez seamos muchos.

El tránsito fluvial o la navegación por los ríos es verdaderamente un caos, es una situación derivada de un manejo irresponsable, poco atento y carente de concentración de los responsables que conducen los órganos competentes. Cada vez que sucede esto acudimos al punto de mira y resultamos siendo críticos de muertes anunciadas, sabelotodos, inteligentes de propuestas y hasta “colones”, por que descubrimos la gran América después de 500 años que lo hiciera Cristóbal. Los funcionarios de las instituciones competentes, ahora ante tanta desgracia manifiestan su hipócrita preocupación por el desorden de la navegación por nuestros ríos.

Entre las fantásticas aventuras cotidianas de mi carrera, me tropecé con tantas desgracias y entre ellas los naufragios con decenas y a veces centenares de vidas liquidadas en las turbulencias de los ríos. Correr detrás de la noticia es apasionante, pero en casos como los de la motonave Santa Elena del río Tapiche del pasado fin de semana o como el que me correspondió vivir en la motonave Chachita de principios de la década de los 90´s en el río Marañón, es experimentar el dolor desde el cuerpo ajeno y esa es una sensación lacerante e indescriptible, porque una cosa es llorar por tu piel y espíritu herido y otra profundamente diferente es la que ocasiona el dolor ajeno.

Las embarcaciones fluviales salen desde los llamados puertos, que no son otra cosa que atracaderos, con sobrecarga en sus bodegas, con una población humana sobredimensionada que supera en muchas decenas la capacidad de la embarcación y a veces hasta compartiendo los espacios con animales que son transportados en medio de las personas. Precisamente por el sobreuso de los espacios.

Fantástico para la fotografía, pero siniestro, tenebroso y horroroso para la realidad que quema sobre la piel al saber que la lancha o el botemotor navegará por muchas horas y días sin parar en medio de las movidas aguas selváticas, con un número mayor de personas que la capacidad indicada. Los camarotes son poquísimos, se utilizan espacios cerrados donde se extienden hamacas de lado a lado, y como los lugares disponibles son pocos, unas hamacas se tienden encima de otras “para poder alcanzar”. Es decir el viajero puede dormir en medio de dos hamacas; de bajo de una de ellas respirando los aires del humano que duerme en la hamaca de arriba y haciendo casi lo mismo sobre el que duerme mirándolo desde atrás.

La muerte es compañera de la incomodidad, y es parte de la letanía. La parca viaja en lancha o embarcación de cualquier tipo; está pacientemente acompañando y recoge su carga de vez en cuando, de la misma manera en que lo hizo este fin de semana en que se llevó consigo hombres, mujeres y niños, no se sabe cuántos, pero si que fueron muchos. No se sabe cuántos subieron en cada lugar de atraque, se desconoce cuántos murieron y sí, que los que aparecen muertos no son todos y que pudo ser uno ó 10 ó 30 los muertos que se llevó el río.

Se hundió la nave en las aguas, salieron los muertos flotando, muchos fueron con la corriente del río y otros no se sabe dónde estarán. Lo cierto de todo esto que el accidente desnuda la realidad de imprevisión frente a una actividad nutrida, popular y regular como el transporte fluvial en la Amazonía. Los muertos nunca verán y quizá nosotros tampoco, un puerto de embarque ordenado y moderno que sea la expresión del respeto a la vida humana del poblador de este extenso territorio verde del Perú.