10/7/15

ARIES, la estrella de mi cielo

ARIES, la estrella de mi cielo




Fue una mañana cuando mi papá, muy tempranito, tocó mi cabecita que reposaba en mi almohada y me habló muy suavecito al oído.

-          Hijito, es hora de despertar.
-          Ummmm. Contesté muy entre los labios.
-          Fíjate qué traje. Es tan pequeñito y tiene toda la travesura que tú tienes.
Eso me dio mucha curiosidad y muchas fuerzas para abrir mis ojos y botar la pereza debajo de la cama.    
       
      Qué papito, qué es lo que tienes ahí, ah?

Papá tenía en sus manos una bolsa, de esas que se usan para los regalos. Era mi cumpleaños. Mi curiosidad era tan grande que de un salto me puse en pie y mis manos fueron directamente a revisar el bolso.

Ahí estaba, pequeñito, vivaracho, con los ojos bien abiertos, queriendo salirse del bolso y venir a mis brazos. Era un perrito, chiquito, regordete y juguetón. Estaba vestido de su piel color negro y unas chispitas color caramelo.
-         
       Papito, es mío?
-          Este es el regalo por tu cumpleaños, me dijo papá.
-          Puedo ponerle el nombre?, pregunté.
-          Claro, es tuyo.

En ese momento decidí llamarle Aries. Ya lo tenía pensado así porque creía en un momento tener una mascota tan bonita como ésta que me regaló papá. Pensé así porque escuché alguna vez a mamá conversar con papá que ambos eran de este signo zodiacal.

Que loco momento. Ya no sentí más sueño, busqué en qué parte de mi casa viviría Aries. A mis ropas que ya estaban muy usadas las saqué del cajón de mi ropero para que lo usara de abrigo y una de las cajas de galletas que me compraban para la lonchera del colegio, serviría de cama. Dije que con esto no sentiría frío, estaría en el calor de mi dormitorio.
Mi hermanita menor, Sarita al escuchar el alborotó que armé, despertó y estaba más feliz que siempre. Yo saltaba de contento cuando ella comenzó a bailar a mi lado. La llegada de mi mascota fue todo un acontecimiento de febrero, pienso que fue la parte más importante de mi cumpleaños número siete.


Ya había pasado un mes de la llegada de Aries a mi vida. El ya cumplió 2 meses de existencia. En casa todo estaba patas arriba, es que el pequeñín estaba más travieso que mi hermanita y yo. Se metía debajo de las camas, tomaba entre sus muelitas las sandalias y los zapatos y los mordisqueaba. Sucedió que mi mamá tuvo que trabajar una mañana, salía con mucha prisa, cuando se encontró que una de las tiras de su zapato había sido mordida por Aries y estaba rota.

Mamá lo regañó y yo también, Aries muy calladito, como entendiendo que lo que había hecho estaba mal, escondió su rabito entre sus patitas y se escondió en la esquina de la habitación.
-          
      No lo vuelvas a hacer, ya sabes, le dije.

El pequeñín movió su cabecita de arriba hacia abajo y dejó escapar un gemido como si me dijera ya, como diciéndome que no lo volvería a hacer.


Travesuras como éstas me hizo en los primeros seis meses. Aries ya tenía medio tamaño, aunque no sería un perro muy grande. Un perrito de esos cruzados  de raza corriente con cooker spaniel. Obediente, cariñoso y muy travieso, era bastante celoso, un perrito guardián que no permitía que otros amigos abrazaran a mi hermanita o a mí.

-          Es un animal fiel. Es el mejor amigo del hombre, me comentó papá una tarde cuando compartió conmigo las tareas del colegio.

Ya mi pequeño amigo, había logrado tomar cuerpo. Muy bien alimentado con una mezcla de comidas balanceadas, que mi abuelito Elías traía cada cierto tiempo de las tiendas veterinarias, y la comida que se preparaba en casa. Un hermoso y cariñoso perrito, pero muy valiente y agresivo cuando cuidaba la casa.

Durante las mañanas o las tardes, se ubicaba delante de la puerta, miraba la calle, sus patitas delanteras como si estuvieran apuntando a la pista y las posteriores abiertitas como refrescándose la barriguita con el suelo frío. Así cuidaba la casa mientras la señora Luz, el ama de llaves de mi casa, o la mamá Lucha salían a comprar o trabajar.

Correteaba a los niños que vivían en la cuadra, mis amigos se divertían pero algunos tenían miedo porque pensaban que podría morderles, pero no. Era muy divertido, juguetón, hermoso.

Una mañana, de esas tantas, no sentía las raspaditas de sus patitas al borde de mi colchón, como de costumbre. Aries no me llamaba para despertarme como todos los días. Qué pasaba. Era un día como cualquiera pero la diferencia estaba en su ausencia para mí despertar. Qué pasó? Salté de la cama a toda prisa. Qué había sucedido. Lo busqué en el lugar donde siempre dormía. No estaba. Fui a la sala de la casa, tampoco estaba.
-          
      Uyy, papá, mamá no está mi Aries, lo vieron? exclamé, yo estaba aturdido.

La respuesta fue negativa, mi pequeñito no estaba. Lo buscamos por todos los lados y finalmente lo encontramos recostado en el piso de la lavandería, sin ánimos, sin fuerzas, buscando humedad y agua para calmar el dolor que parecía sentir.

Un poco de espuma salía de su trompita, sus ojitos estaban vidriosos, húmedos, parecía que lloraba y pedirme llamándome por mi nombre, que lo ayudara. Papá con mi abuelito Elías lo tomaron en sus manos y rápidamente salieron en busca del médico veterinario.

Al rato me hicieron saber que mi Aries había fallecido por una rara y violenta enfermedad.
Trajeron su cuerpecito, ya cansadito se le podía ver, parecía estar dormido; pero no, la verdad dolorosa es que estaba muertecito, ya descansaba de su dolor.

Papá muy bajito me habló al oído y me dijo, mientras yo lloraba desconsoladamente abrazado a mi hermanita:
-     
     Se ha ido al cielo. Está allá en el firmamento junto a otros perritos buenos que se van formando como las constelaciones de estrellas brillantes. Cuando veas en la noche abierta el firmamento con las estrellas y constelaciones, tienes que confiar en que una de ellas es tu pequeño perrito, una de esas estrellas tan brillantes ya es Aries, que desde lo alto, en medio de la clara noche te cuidará, estará vigilando que no te suceda nada ni a ti ni a tu hermanita.

Más tarde, luego de tenerlo por última vez en mi vida frente a mí, acariciando su cuerpecito sin vida, entrada la noche, cuando ya todo estaba casi oscuro, en el patio detrás de la casa, en un hoyo que había abierto con Sarita, mi papá y mi abuelito Elías, lo terminé enterrando para siempre.

De rodillas sobre su tumba, acaricié la tierra que cubría el cuerpo de mi pequeño Aries. Levanté mi mirada al cielo. Allí entre millones de estrellas alcancé ver una que se encendía más fuerte que otra y en medio del silencio escuché a lo lejos los ladridos de mi mascota.

Una lágrima corrió por mi mejilla, tenía sabor a tristeza y felicidad. Aries ya era una estrella de mi cielo.

CUENTO INFANTIL, inspirado en las vivencias de mis hijos Máximo Ariel y Sarita Mía


    

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