La sociedad iquiteña vivía a finales del siglo XIX y durante las primeras décadas del siglo XX, la bonanza surgida de la explotación cauchera y en medio de este boom se fueron conformando aristocracias que marcaban ciertas diferencias sociales y económicas en la sociedad.
Fueron momentos tan importantes en la economía de Iquitos gracias a la explotación y exportación cauchera, eran tiempos en que la libra de caucho llegó a costar once chelines en el mercado de Londres y tres dólares en el mercado norteamericano, entonces el frenesí de los habitantes por los artículos de lujo no tuvo límites.
De acuerdo a los relatos de la época que suscribe Ovidio Lagos en su libro “Arana, Rey del Caucho” en la Iquitos de esos años no existía la enseñanza secundaria. Situación que acusa de inexplicable ante tamaña desproporción, ya que debido a la tremenda riqueza que se disfrutaba en aquellos momentos la visión era de corto alcance y la educación para sus hijos en propia tierra no estaba descrita en el panorama de cada uno de ellos. Esto “…habla a las claras de una suerte de negligencia por parte de los caucheros, que resolvieron el problema de un modo exótico: sus hijos se educarían en París y en los Estados Unidos, aprovechando la conexión directa marítima entre Iquitos y Liverpool.”
Al parecer la emigración de los loretanos hacia tierras del Viejo Continente solamente fue por necesidad y no por pituquería. Los hijos de los reyes del caucho debían estudiar en Europa o en los Estados Unidos, porque a no dudarlo era lo mejor para ellos. Los familiares de los jovencitos iquiteños que fueron a estudiar por esos lares sufrían una partida sentenciada por la distancia, el tiempo de la ausencia y la pobrísima comunicación.
Comentan que en París existía un colegio con más de cien niños loretanos. Recuerdan que el controvertido Julio César Arana, de cuya vida nos ocuparemos en otra oportunidad, trasladó a su familia a Biarritz, y luego a Londres y Suiza.
Es que viajar a Lima resultaba siendo una odisea. Las personas que querían ir a la capital peruana debían saber que su recorrido para llegar a su destino sería una especie de tortura. Debían viajar a vapor de Iquitos hasta Yurimaguas y desde allí caminando o sobre bestias hasta Moyobamba pasando por Balsapuerto, con la ayuda de algunos indígenas balsachos. Desde allí hasta Chilete, previamente por Rioja, Chachapoyas, Celendín y Cajamarca, y desde allí vía ferrocarril hasta Pacasmayo, y desde este puerto liberteño se navegaba hasta el Callao. Y ahí no acababa el sufrimiento; desde este puerto, se abordaba otro tren y se descendía en la estación de los Desamparados, en Lima. Pero quienes no querían viajar de esta forma a la capital peruana lo hacían por vía marítima, este viaje demandaba nada menos que seis meses. La ruta comenzaba en Iquitos hasta Pará en Brasil, desde donde navegaban hasta el Estrecho de Magallanes para remontar hacia la costa chilena, lugar donde los viajeros debían esperar en alguno de sus puertos el paso de los buques que los podrían llevar a Lima.
La opulencia de esos tiempos se expresaba en las grandes casas de los caucheros que se asemejaban a las del Brasil, con fachadas de mayólicas portuguesas (azulejos) y una vegetación con abundancia de palmeras reales similares a las de Río de Janeiro. Imaginémonos en lo que era una casona de Iquitos. Todo era absolutamente importado porque la ciudad carecía de producción. Los ladrillos, las mayólicas, los techos de zinc, los pisos de mosaicos, los sanitarios, las cocinas, por nombrar algunos de los elementos de construcción más primarios. Pero como la ciudad, en materia de alimentos, nada producía salvo algunas raras frutas tropicales y la ahora muy conocida chonta o palmito, entonces se importaban de Europa hasta las muy peruanas papas, vinos, champán, cerveza, agua de Vichy, té, azúcar, platos, copas, cubiertos, mantelería, sábanas, alfombras y cuanto mueble y objeto existiera en una residencia.
En los años sesentas del siglo pasado, cuando la ribera de Iquitos era erosionada por el Amazonas se encontraron grandes bolsones con botellas de cerámica en los que llegaban cerveza de la Bavaria alemana. Los caucheros llevaban esta bebida al profundo de la selva para deleitarse a la temperatura del ambiente en medio de sus jornadas de extractivas.
Los viajes de esos tiempos solamente podrían inscribirse en los actuales rubros de necesidad impostergable para actividades económicas, financieras, de salud o educacionales, pero considerarlo entre lo turístico cuesta mucho imaginarse.
Fueron momentos tan importantes en la economía de Iquitos gracias a la explotación y exportación cauchera, eran tiempos en que la libra de caucho llegó a costar once chelines en el mercado de Londres y tres dólares en el mercado norteamericano, entonces el frenesí de los habitantes por los artículos de lujo no tuvo límites.
De acuerdo a los relatos de la época que suscribe Ovidio Lagos en su libro “Arana, Rey del Caucho” en la Iquitos de esos años no existía la enseñanza secundaria. Situación que acusa de inexplicable ante tamaña desproporción, ya que debido a la tremenda riqueza que se disfrutaba en aquellos momentos la visión era de corto alcance y la educación para sus hijos en propia tierra no estaba descrita en el panorama de cada uno de ellos. Esto “…habla a las claras de una suerte de negligencia por parte de los caucheros, que resolvieron el problema de un modo exótico: sus hijos se educarían en París y en los Estados Unidos, aprovechando la conexión directa marítima entre Iquitos y Liverpool.”
Al parecer la emigración de los loretanos hacia tierras del Viejo Continente solamente fue por necesidad y no por pituquería. Los hijos de los reyes del caucho debían estudiar en Europa o en los Estados Unidos, porque a no dudarlo era lo mejor para ellos. Los familiares de los jovencitos iquiteños que fueron a estudiar por esos lares sufrían una partida sentenciada por la distancia, el tiempo de la ausencia y la pobrísima comunicación.
Comentan que en París existía un colegio con más de cien niños loretanos. Recuerdan que el controvertido Julio César Arana, de cuya vida nos ocuparemos en otra oportunidad, trasladó a su familia a Biarritz, y luego a Londres y Suiza.
Es que viajar a Lima resultaba siendo una odisea. Las personas que querían ir a la capital peruana debían saber que su recorrido para llegar a su destino sería una especie de tortura. Debían viajar a vapor de Iquitos hasta Yurimaguas y desde allí caminando o sobre bestias hasta Moyobamba pasando por Balsapuerto, con la ayuda de algunos indígenas balsachos. Desde allí hasta Chilete, previamente por Rioja, Chachapoyas, Celendín y Cajamarca, y desde allí vía ferrocarril hasta Pacasmayo, y desde este puerto liberteño se navegaba hasta el Callao. Y ahí no acababa el sufrimiento; desde este puerto, se abordaba otro tren y se descendía en la estación de los Desamparados, en Lima. Pero quienes no querían viajar de esta forma a la capital peruana lo hacían por vía marítima, este viaje demandaba nada menos que seis meses. La ruta comenzaba en Iquitos hasta Pará en Brasil, desde donde navegaban hasta el Estrecho de Magallanes para remontar hacia la costa chilena, lugar donde los viajeros debían esperar en alguno de sus puertos el paso de los buques que los podrían llevar a Lima.
La opulencia de esos tiempos se expresaba en las grandes casas de los caucheros que se asemejaban a las del Brasil, con fachadas de mayólicas portuguesas (azulejos) y una vegetación con abundancia de palmeras reales similares a las de Río de Janeiro. Imaginémonos en lo que era una casona de Iquitos. Todo era absolutamente importado porque la ciudad carecía de producción. Los ladrillos, las mayólicas, los techos de zinc, los pisos de mosaicos, los sanitarios, las cocinas, por nombrar algunos de los elementos de construcción más primarios. Pero como la ciudad, en materia de alimentos, nada producía salvo algunas raras frutas tropicales y la ahora muy conocida chonta o palmito, entonces se importaban de Europa hasta las muy peruanas papas, vinos, champán, cerveza, agua de Vichy, té, azúcar, platos, copas, cubiertos, mantelería, sábanas, alfombras y cuanto mueble y objeto existiera en una residencia.
En los años sesentas del siglo pasado, cuando la ribera de Iquitos era erosionada por el Amazonas se encontraron grandes bolsones con botellas de cerámica en los que llegaban cerveza de la Bavaria alemana. Los caucheros llevaban esta bebida al profundo de la selva para deleitarse a la temperatura del ambiente en medio de sus jornadas de extractivas.
Los viajes de esos tiempos solamente podrían inscribirse en los actuales rubros de necesidad impostergable para actividades económicas, financieras, de salud o educacionales, pero considerarlo entre lo turístico cuesta mucho imaginarse.
Gracias Señor Herrera por permitirme acceder a este espacio,realmente muy interesante y hasta nostálgico, aunque no hayamos vivido esa época dorada del auge del caucho, ya que muchas de estas historias o relatos contados por vosotros son muy ciertas,ya que mis abuelos y hasta bisabuelos nos han narrado aquellos días de bonanzas para muchos ciudadanos,que con sus gustos,vanidades, necesidades y hasta extravagancias vivieron aquellos días,como el caso, de que era mas fácil para muchos niños o jóvenes que sus padres los mandaran a estudiar a Manaus u otra ciudad importante del Brasil y por supuesto a Europa que a la propia capital Lima,como aporte o comentario histórico, mi bisabuelo paterno de nacionalidad Italiana tenia todo listo para mandar a estudiar a mi abuelo y a sus cuatro hermanas a Florencia, todo esto redactado en una carta o escrito enviado a sus hermanos, detallando en que casa vivirían, donde estudiarían y hasta las propinas que iban a recibir sus hijos, todo esto acompañado con los detalles en que banco iban a recoger el dinero, caso similar con mi bisabuelo materno, el Español Francisco Costa Mazó que de los ocho hijos , cuatro irían a estudiar solamente a la ya cosmopolita Barcelona, que como todo catalán, primero estaba cataluña, como el mismo lo decía, esto como aporte de como se vivieron aquellos tiempos donde muchas veces no se tenia una visión a futuro de aquella bonanza, si iba perdurar mucho tiempo o que pasaría con el futuro económico de sus negocios y de sus familia y que muchas veces solo se vivió el momento.Todo es bueno darlo a conocer como aporte histórico,cultural y de reflexion de una época que marco a la ciudad , región, al país y al mundo de lo bueno y lo malo de esta historia que hasta ahora nos apasiona a muchos; esperando Señor Herrera poder seguir aportando algunos datos historicos, culturales y de otros temas , le agradesco la oportunidad de escribir en vuestro espacio , me despido hasta otra oportunidad.Atte. Oacar Javier Barco Costa.
ResponderEliminarOacar Javier Barco Costa, casualmente el Sr. Francisco Costa Mazó es mi bisabuelo, su hija, doña Josefa Costa Acuña es mi abuela, la madre de mi padre.
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