Imágenes como ésta y otras inéditas de muestran
en "La Taberna del Cauchero".
Cuando se toca suelo iquiteño el impacto del clima tropical nos transporta a otro mundo dentro de este mismo planeta. Pareciera que estamos en una ciudad de otro país pero dentro del mismo Perú. Nos envolvemos en el característico calor, en su actualidad, en su historia relativamente nueva. En Iquitos nos entrelazamos con una población que habla con un acento especial, como cantando, con una simpatía extraordinaria, con sinceridad propia y con una hospitalidad increíble.
El modernismo no es lo que cuenta ni importa en Iquitos. En sus calles ahora lucen miles de motocicletas de dos y tres ruedas, de muchísimos modelos; abundan debido a que estos son los vehículos que se han hecho a la medida de las necesidades de sus pobladores porque son más económicos en el consumo de combustible, son más fáciles en el transporte y resultan muy frescos para sus pasajeros; es que obtienen directamente sin costo adicional el aire acondicionado más natural del mundo.
Aquí en Iquitos la historia se respira por donde uno vaya. Muy bien ha hecho la Municipalidad de esta ciudad -a mediados de la década pasada- en promover una zona monumental que deba ser respetada por los vecinos en la vigencia y continuidad de su arquitectura. El caucho, producto emblemático de la historia de este pueblo se aprecia por donde uno camine en Iquitos. Ahí están las casonas con balcones metálicos labrados en Portugal, o las paredes frontales enchapadas con azulejos, que son mayólicas provenientes de la vieja Europa.
Precisamente el turista al llegar lo primero que hace es buscar la naturaleza con su asombroso verdor y extraordinaria biodiversidad y así como también el génesis de esta ciudad. Ya los iquito, la tribu indígena que dio nacimiento al caserío que hoy es la ciudad, están virtualmente desaparecidos, pero lo que queda es el testimonio material de la arquitectura urbanística que refleja el pasado cauchero de bonanza y buen vivir.
“Diseñada por un arquitecto francés, Iquitos es una ciudad europea del siglo XIX, con 108 monumentos y una arquitectura urbana futurista. El Malecón Tarapacá, sus amplias calles, las instalaciones portuarias, el tren urbano, la factoría, el desarrollo industrial, son un reflejo de una visión exitosa de una clase empresarial moderna y revolucionaria que vivió en medio de una gran efervescencia política y cultural.”, tal como lo describe Enrique Rodríguez Morales, notable empresario, periodista y escritor, propietario de “La Taberna del Cauchero”, uno de los establecimientos más visitados del último año por turistas nacionales y extranjeros.
En este lugar, se ha tratado de sintetizar la historia de esta fase económica en la Amazonía. Es un local ambientado como en los años del boom de este látex. Muy finamente ubicado en el corazón de Iquitos. Frente a la plaza Ramón Castilla y Marquesado a un par de cuadras de la plaza de Armas, frente al monarca de los ríos. Allí sus visitantes se encuentran con un centro de historia y lugar agradable para el coloquio entre turistas llegados de todo el mundo deseosos de conocer el sorprendente pasado de la shiringa en esta parte del país.
Cuando Enrique Rodríguez Morales y yo conversábamos, en sana discusión, sobre los contenidos que debía tener este lugar, concluimos en que crearíamos una taberna, similar a las que tenían algunos caucheros, hace mas o menos cien años, que sabían vivir mejor, donde se encuentre algo más que café o licor seleccionado, que sea un creciente museo gráfico de ese casi medio siglo de era extractiva que dejó huella en la amazonía peruana, en particular. Nos pusimos de acuerdo y ahí comenzó a crecer este acogedor punto de encuentro.
Ahora mismo, cientos de turistas llegan a “La Taberna del Cauchero” con el deseo de conversar con comodidad, con la compañía de música seleccionada – no necesariamente clásica-, comerse un plato de la cocina novo amazónica, tomarse un trago de esos exóticos que es probable que sean muy similares a los que hayan disfrutado los caucheros en sus cómodas residencias urbanas o rurales, beber un café caliente o helado, navegar en la historia shiringuera en medio de gigantescas fotografías arrancadas del ayer y recibir directamente la suave brisa proveniente del río Amazonas, con el orgullo que eso representa.