3/1/08

CRÍMENES Y VIOLENCIA DE LA ÉPOCA DEL CAUCHO


Esclavizados indios huitotos en el Putumayo
al servicio de la Casa Arana
Los historiadores Gabel Sotil García y Humberto Morey Alejo, comentan que en las crónicas de los misioneros de los XVII y XVIII se habla que los indígenas jugaban con unas bolas que rebotaban debido a su elasticidad; eran bolas de caucho con las que pasaban momentos de recreación. Con ese mismo látex, los indios preparaban muchos objetos utilitarios de uso doméstico. Jamás se imaginarían estos hombres y mujeres que este producto natural, un par de siglos más tarde, sería la causa de muchos sufrimientos y de grandes desgracias para sus pueblos.

Las cualidades del caucho, cuyas características como la elasticidad, la impermeabilidad y la virtud de ser aislante de la electricidad, comenzó a industrializarse. Se manufacturaron en diversas maneras y productos. Pero los científicos no lograron perfeccionar su transformación sintética. Los trabajos de laboratorio no dieron resultados favorables debido a su poca durabilidad y su resecamiento ante el calor.

Pero fue el científico Charles Goodyear, en 1839, que descubre el proceso de vulcanización del caucho, que consiste en mezclar con azufre mediante calor, lo que da más elasticidad, durabilidad, resistencia y mayor uso. Así, con este descubrimiento comienza a florecer la industria cauchera y la demanda de la materia prima que se encuentra en los bosques de la Amazonía con su consiguiente secuela de depredación, crímenes y abusos. Allí también aparecen los grandes caucheros, llegados de aquí de diferentes puntos del Perú y de todo el mundo.

“Lo que caracterizó a esta llamada época del caucho, fue la contradictoria coordinación entre dos formas históricas: la del precapitalismo y la del capitalismo. Se establecería una relación entre formas de producción elementales y de formas de trabajos feudales y esclavistas, con la industria moderna de los países desarrollados. Este fenómeno desfasado entre el mundo desarrollado y subdesarrollado se acentuó en los años de 1880 a 1914, lapso que duró este proceso extractivo-mercantil”.

Durante ese periodo, el indígena fue un elemento importante, decisivo diría yo para el proceso de extracción. Fue la mano de obra barata y hasta gratuita, útil hasta el nivel de indispensable, casi siempre debido a que era el único que conocía la zona y podría localizar los árboles de jebe, así como subsistir mucho más tiempo en el interior de los bosques.

Los indígenas no estaban al alcance de las Leyes peruanas; es decir que eran peruanos de clase y valor diferentes. Casi todas las naciones étnicas de la Amazonía aún mantenían sus culturas ancestrales en las que ni siquiera existió alquiler del tiempo para el trabajo a cambio de una paga de dinero. Los pequeños, medianos y grandes caucheros de la época compraban materia prima a precios bajos y la vendían a precios altos.

“La explotación del caucho hizo integrar a la región con el capitalismo internacional, en momentos en que la integración con el resto del país era muy débil. Para la clase de poder de Iquitos, Liverpool o cualquier ciudad europea quedaba más cerca que la ciudad de Lima.”

Pero la dureza de los tiempos y de la naturaleza, hizo menos aliviada y -eso sí-, más dolorosa la vida en los bosques amazónicos de Loreto. El caucho trajo prosperidad a los patrones caucheros, violencia, criminalidad y permanente prepotencia de parte de ellos, así como también esclavitud y explotación incesante en medio de la población indígena.

En los años 20’s, cuando la crisis cauchera arruinó a muchos, llevándolos a la miseria y aparecían enfermedades como la lepra, muchos ex caucheros decidieron poner la atención de sus ojos a tierras del río Morona y consideraban que era posible trabajar en esa zona siempre y cuando se llevase a los nativos armas de fuego, mecheros, machetes y otras cosas de uso personal, pero eso sí, reconocieron que no debían entrometerse en sus asuntos y menos molestar a sus mujeres. Era un último intento por reavivar la llama económica de la explotación del caucho en tierras de la Amazonía peruana.

Los caucheros, todos o casi todos, fueron protagonistas de increíbles episodios. La historia inscribe nombres notables como los de Carlos Fermín Fitzcarrald López (1862-1897) y Julio César Arana del Águila (1864-1952), como los más crueles.

De Arana se dice que fue el responsable de maltratos y muertes de más de 20,000 nativos y se escribe que fue a manos de ingleses, que “hacían el rol de crueles esbirros y esto era curiosamente evidente, pues los guardias barbadenses, eran ingleses, aunque de segunda categoría, pero súbditos de la Corona de Inglaterra.”

Estos maltratos y crímenes fueron causa de una escandalosa denuncia del ingeniero norteamericano Walter Hardenburg, quien dijo ser testigo del genocidio permanente que se cometía en los fundos caucheros de la Casa Arana en el río Putumayo, de los secuestros y violaciones y de la explotación esclavista. En Iquitos, en febrero de 1,908, hace ya casi un siglo, escapando de los esbirros de Arana denunció todo lo que había visto. Situación que es cuestionable viniendo de Hardenburg debido a la trayectoria de su vida y el triste final de su existencia.

Sobre este tema, Moisés Panduro Coral, estudioso sanmartinense radicado en Iquitos, explica que “en el caso de la compañía de Arana, por ejemplo, ésta exportaba el caucho a Europa desde sus oficinas centrales en Iquitos o Manaos. El caucho provenía de dos almacenes centrales en el Putumayo: La Chorrera y El Encanto, que a su vez se abastecían de 20 puestos o secciones ubicadas al interior del bosque que estaban cerca de las casas comunales indígenas y distantes a varios días de esos almacenes. Los jefes de sección (el cuarto nivel en la estructura) ganaban comisiones según el volumen de sus envíos de caucho, y fueron algunos de éstos, los que ganados por la voracidad de la ganancia fácil y rápida cayeron en la vileza de las atrocidades y crímenes cometidos, que luego le fueron endilgados a Julio C. Arana.”

Panduro Coral trata de sostener la objetividad en el manejo del tema comentando que, “(…) nosotros juzgamos a Arana la demora en corregir la situación mirándolo desde el tiempo presente en que el Presidente de Directorio o el Gerente de una empresa tiene teléfonos satelitales, fax, sistemas de posicionamiento global, servicios de aviación, tecnología de caminos y otras facilidades logísticas que le permitirían conocer al instante las irregularidades que se producirían(…) estamos hablando de principios del siglo pasado, cuando no era posible ni siquiera la comunicación radiográfica con esas lejanas zonas y un vapor tardaba cerca de dos meses entre ir y venir del área donde se encontraban los almacenes(…) la explotación del caucho y por ende, el maltrato al indígena se daba tierra adentro a donde se llegaba por difíciles caminos y luego de varios días de penoso caminar.”

El notable comentarista añade argumentos que descubren el otro lado de la balanza en su esclarecedor abordaje sobre la criminalidad de Arana. “(…) los chantajes periodísticos que nos pueden ayudar a conocer un poco más acerca de las reales motivaciones de la denuncia (…) las complejas personalidades de los autores de los informes que se enviaron a Londres (Roger Casement, el cónsul inglés que murió colgado por la justicia de su país al ser descubierto como espía alemán y William (Walter) Hardenburg un inescrupuloso aventurero norteamericano que ofrecía al mejor postor las declaraciones juradas que incriminaban a la compañía de Arana), pasando por los jueces del proceso Rómulo Paredes y Carlos Valcárcel, integrantes del grupo de foráneos denominado La Cueva.”.

Así, de esta manera, en medio de contradictorias situaciones económico-geopolíticas y sociales, se desarrolló la época del caucho, el también llamado boom cauchero. Con sus virtudes, taras y otras complicaciones que dejó una profunda huella en la historia de nuestros pueblos.

Referencias extraídas de:

“Panorama Histórico de la Amazonía Peruana”, libro de Humberto Morey Alejo y Gabel Sotil García, Iquitos, marzo de 2000.

“Arana El Patriota”, comentario de Moisés Panduro Coral,
Iquitos, 2007.