La necesidad de que nos curemos contra la contaminación sonora en Iquitos, puede desatar otra “guerra” contra los llamados sectores “generadores” de tanto ruido innecesario que hace de nuestra querida capital loretana una de las más ruidosas del país, sino la número uno en este increíble Perú y una de las más sonoras del Mundo.
Si el “Plan Zanahoria” trajo consigo una batahola en medio de sectores empresariales vinculados con la diversión nocturna y el alcohol, que poca relación tienen con el turismo, suponemos que medidas de control sobre los ruidos generados por personas o máquinas conducidas por humanos levantará un terremoto de pasiones y enfrentamientos entre los mortales que habitan Iquitos. No por nada, sino por los intereses personales que esto contiene.
Efrocina Gonzáles, Gino Ceccarelli, José Álvarez Alonso y otros notables hombres y mujeres desde hace tiempo luchan como quijotes por acallar o por lo menos hacer bajar la potencia sonora sobrante de nuestra ciudad. Han creado una organización no gubernamental que busca apoyo en las instituciones del Estado, competentes con el ordenamiento ambiental, para que se pare el desenfreno de quienes idiotizados pretenden estupidizarnos con tanto ruido proveniente de motos, motocarros, alto parlantes, discotecas, bares bullangueros, locales de baile, etc.; pero hasta donde sé, todos se hacen o se han vuelto sordos de verdad.
Podrán ellos (los guerreros contra el ruido) enrostrarme que yo también fui uno de ellos, que estando del lado de los funcionarios de Gobierno Regional y habiendo escuchado sus argumentos poco o nada se hizo para contribuir con el triunfo en esta batalla. En cambio debo confesar mi impotencia por lograr algo para sujetar a favor de esa interesante e importante corriente, ya que infelizmente –entonces- nadie desde ese lado (de las instancias gubernamentales) ha hecho carne de este elemento que es fundamental en el desarrollo turístico de las ciudades, la salud orgánica y psíquica de sus pobladores. Fui al igual que ellos, un quijote pero desde otra ubicación.
Acallar los ruidos que sobran, ordenar la ciudad, establecer horarios para la comercialización de bebidas alcohólicas, velar por la salud ambiental y orgánica de los vecinos es una tarea –entre otras- que forma parte de las competencias municipales. Y me parece que ha hecho bien el alcalde Salomón Abensur Díaz, en lanzar su campaña “Zanahoria” para iniciar el ordenamiento en la ciudad. Pero esta me parece que solamente debe ser el principio, no debe dar pasos atrás y seguir cuesta arriba. Parafraseando el título fílmico, el alcalde debe saber que en esta lucha la consigna de combate es “retroceder nunca, rendirse jamás”.
Recientemente, con beneplácito pude leer la noticia que la Municipalidad de Lince, en Lima continúa en el ordenamiento de su distrito. Desde hace mucho en ese lugar no se bebe en sus calles, no se vende licor a cualquier hora, hay normas de salud ambiental que son mejor vistas por sus vecinos. Ahora anuncia su reiterada lucha contra los ruidos y reglamenta su emisión castigando severamente a quienes se sobrepasen los límites estipulados.
La Municipalidad de Lince multará con 690 soles a quienes produzcan ruidos y/o vibraciones nocivas o molestas que excedan los límites permitidos, según el área y horario correspondientes. La reincidencia en esta falta se multará con 1.380 soles, así como el decomiso del artefacto emisor del ruido. Según una ordenanza publicada en el diario oficial "El Peruano", se señala que “los límites de emisión de ruido establecidos son, en la zona residencial, de 60 decibeles en horario diurno (de 07:01 a 22:00 horas) y de 50 decibeles en el horario nocturno (de 22:01 a 07:00 horas). En la zona comercial los límites permitidos son de 70 decibeles en el horario diurno y de 60 decibeles en el nocturno; mientras que en la zona industrial de 80 decibeles en el horario diurno y de 60 decibeles en el nocturno”. Finalmente, “en la zona de protección especial, de alta sensibilidad acústica donde se ubican hospitales, centros educativos, orfanatos y asilos para ancianos, el límite en el horario diurno es de 50 decibeles, mientras que en el nocturno es de 40 decibeles”. Estas son decisiones inteligentes, pensando en el ser humano, fin supremo de los gobiernos, en este caso de uno de nivel local.
Esta es una medida adoptada de forma razonable y responsable que merece ser apreciada como corresponde, con admiración. Su aplicación en otras latitudes del país es una acción valida, aunque cause dolor en los que generen estos ruidos, que en Iquitos son infernales. Basta detenerse en cualquier lugar de nuestra ciudad para darse cuenta que no mentimos. No importa la hora para efectuar la evaluación sonora. Mercados, el centro de Iquitos, áreas hospitalarias como Cornejo Portugal, avenida La Marina, avenida 28 de Julio y otras son infiernos de bulla. Nadie parece detener tanto bullicioso montado en motocarros, motocicletas, automóviles viejos con escape liberado, locales comerciales, vehículos de publicidad rodante. Todo nos lleva a la esquizofrenia. La selva iquiteña no será así – jamás- una pascana atractiva para ningún tipo de turismo. Solamente podríamos ser el destino a la locura sonora.
Por eso que ahora los efrocinas, pepes, ginos y otros quijotes en su fantástica lucha por la reivindicación de la paz sonora, creo que tienen buenos referentes allí cerquita en Lima, en el distrito de Lince, y un buen refuerzo en el alcalde Shaluco Abensur y su equipo “zanahoria”.
Si el “Plan Zanahoria” trajo consigo una batahola en medio de sectores empresariales vinculados con la diversión nocturna y el alcohol, que poca relación tienen con el turismo, suponemos que medidas de control sobre los ruidos generados por personas o máquinas conducidas por humanos levantará un terremoto de pasiones y enfrentamientos entre los mortales que habitan Iquitos. No por nada, sino por los intereses personales que esto contiene.
Efrocina Gonzáles, Gino Ceccarelli, José Álvarez Alonso y otros notables hombres y mujeres desde hace tiempo luchan como quijotes por acallar o por lo menos hacer bajar la potencia sonora sobrante de nuestra ciudad. Han creado una organización no gubernamental que busca apoyo en las instituciones del Estado, competentes con el ordenamiento ambiental, para que se pare el desenfreno de quienes idiotizados pretenden estupidizarnos con tanto ruido proveniente de motos, motocarros, alto parlantes, discotecas, bares bullangueros, locales de baile, etc.; pero hasta donde sé, todos se hacen o se han vuelto sordos de verdad.
Podrán ellos (los guerreros contra el ruido) enrostrarme que yo también fui uno de ellos, que estando del lado de los funcionarios de Gobierno Regional y habiendo escuchado sus argumentos poco o nada se hizo para contribuir con el triunfo en esta batalla. En cambio debo confesar mi impotencia por lograr algo para sujetar a favor de esa interesante e importante corriente, ya que infelizmente –entonces- nadie desde ese lado (de las instancias gubernamentales) ha hecho carne de este elemento que es fundamental en el desarrollo turístico de las ciudades, la salud orgánica y psíquica de sus pobladores. Fui al igual que ellos, un quijote pero desde otra ubicación.
Acallar los ruidos que sobran, ordenar la ciudad, establecer horarios para la comercialización de bebidas alcohólicas, velar por la salud ambiental y orgánica de los vecinos es una tarea –entre otras- que forma parte de las competencias municipales. Y me parece que ha hecho bien el alcalde Salomón Abensur Díaz, en lanzar su campaña “Zanahoria” para iniciar el ordenamiento en la ciudad. Pero esta me parece que solamente debe ser el principio, no debe dar pasos atrás y seguir cuesta arriba. Parafraseando el título fílmico, el alcalde debe saber que en esta lucha la consigna de combate es “retroceder nunca, rendirse jamás”.
Recientemente, con beneplácito pude leer la noticia que la Municipalidad de Lince, en Lima continúa en el ordenamiento de su distrito. Desde hace mucho en ese lugar no se bebe en sus calles, no se vende licor a cualquier hora, hay normas de salud ambiental que son mejor vistas por sus vecinos. Ahora anuncia su reiterada lucha contra los ruidos y reglamenta su emisión castigando severamente a quienes se sobrepasen los límites estipulados.
La Municipalidad de Lince multará con 690 soles a quienes produzcan ruidos y/o vibraciones nocivas o molestas que excedan los límites permitidos, según el área y horario correspondientes. La reincidencia en esta falta se multará con 1.380 soles, así como el decomiso del artefacto emisor del ruido. Según una ordenanza publicada en el diario oficial "El Peruano", se señala que “los límites de emisión de ruido establecidos son, en la zona residencial, de 60 decibeles en horario diurno (de 07:01 a 22:00 horas) y de 50 decibeles en el horario nocturno (de 22:01 a 07:00 horas). En la zona comercial los límites permitidos son de 70 decibeles en el horario diurno y de 60 decibeles en el nocturno; mientras que en la zona industrial de 80 decibeles en el horario diurno y de 60 decibeles en el nocturno”. Finalmente, “en la zona de protección especial, de alta sensibilidad acústica donde se ubican hospitales, centros educativos, orfanatos y asilos para ancianos, el límite en el horario diurno es de 50 decibeles, mientras que en el nocturno es de 40 decibeles”. Estas son decisiones inteligentes, pensando en el ser humano, fin supremo de los gobiernos, en este caso de uno de nivel local.
Esta es una medida adoptada de forma razonable y responsable que merece ser apreciada como corresponde, con admiración. Su aplicación en otras latitudes del país es una acción valida, aunque cause dolor en los que generen estos ruidos, que en Iquitos son infernales. Basta detenerse en cualquier lugar de nuestra ciudad para darse cuenta que no mentimos. No importa la hora para efectuar la evaluación sonora. Mercados, el centro de Iquitos, áreas hospitalarias como Cornejo Portugal, avenida La Marina, avenida 28 de Julio y otras son infiernos de bulla. Nadie parece detener tanto bullicioso montado en motocarros, motocicletas, automóviles viejos con escape liberado, locales comerciales, vehículos de publicidad rodante. Todo nos lleva a la esquizofrenia. La selva iquiteña no será así – jamás- una pascana atractiva para ningún tipo de turismo. Solamente podríamos ser el destino a la locura sonora.
Por eso que ahora los efrocinas, pepes, ginos y otros quijotes en su fantástica lucha por la reivindicación de la paz sonora, creo que tienen buenos referentes allí cerquita en Lima, en el distrito de Lince, y un buen refuerzo en el alcalde Shaluco Abensur y su equipo “zanahoria”.