16/8/07

ASI VIVI:TEMBLORES, TERREMOTO, MUERTE Y DESOLACION

La experiencia vivida al final del día 15 de agosto, fue muy especial y no por eso buena. Nunca antes había experimentado una circunstancia de estas características. Obviamente fue mucho menos la emoción que la dolorosa vivencia de los pobladores de lugares donde se perdió todo, hasta la misma vida, pero lo que viví es algo singular. Dos terremotos en cuestión de minutos, menos mal sin las lamentables perdidas humanas en mi entorno, lo que si se dieron en el Sur del país.

El sismo se inició a las 6.41 minutos de la tarde. Me encontraba frente a mi computador, cuando el suelo comenzó a vibrar. Inicialmente pensé que se trataba del paso cercano de un vehiculo con mucho peso, pero no. Se me ocurrió lo que sería algo peor, un temblor. Esperando que pasase rápido, como tantos otros, dejé seguir. La circunstancia, es decir la prolongación del evento me obligó a correr hacia fuera del departamento donde vivo en la ciudad de Lima, en el distrito de La Molina, conocido por su composición topográfica que es muy sísmica y donde las viviendas son construidas para enfrentar estos fenómenos; aquí ninguna edificación -por mandato técnico- debe elevarse más allá de los tres pisos.

Todo se movía, algo así como describe esa canción tan sonada del rock en español de los “Arena Hash” y que bien se titula “Cuando la cama me da vueltas”. La seguridad de acuerdo a lo leído, estudiado e instruido por Defensa Civil, en ese momento debía estar en el centro de la calle. Juntos nos encontramos allí casi sin sentirlo muchas personas, vecinos a quienes ni siquiera había logrado conocer o con quienes ni siquiera se coincide alguna vez. Pero, estar allí no garantizaba nada, debido a lo que mis ojos veían y mis oídos escuchaban. Podría desplomarse el edificio, abrirse la pista, precipitarse las redes eléctricas aéreas y tantas tragedias que la mente fábrica en ese momento, con desagradables ingredientes pro-pánico que fueron un chau de la energía eléctrica y una orquesta de sonidos crujientes en todos los tonos y provenientes de todos los lados. Era una tarde-noche de miércoles, con frío, miedo y ululares de sirenas de alerta. Donde me encontraba, nadie entró en el horroroso pánico, pero también nadie discute que si ese horror lo vivieron en otras partes.

Fueron más de 2 minutos, calculé unos 2 minutos 20 segundos y más tarde las noticias oficiales darían la razón a mis cálculos de la duración del remezón. Estaba sereno, pero nervioso. Dirigí con calma la evacuación y hasta intenté comunicarme con mis seres queridos usando los equipos celulares que tenía cerca, pero fue imposible ya que con esas líneas no tenía ninguna posibilidad por que las comunicaciones con teléfonos fijos y móviles colapsaron inmisericordemente. Que pena por tanta pobreza en momentos en que necesitamos mucho más para obtener la tranquilidad sustraída por la naturaleza. Al poco rato se calmó el movimiento y busqué el fono fijo pero la línea estaba muerta.

La inquietud y el nerviosismo se acentuaron en todo el mundo. La causa: la colapsada comunicación satelital por teléfono. Mi hija no estaba conmigo, caminaba a estudiar y comunicarme con ella fue un milagro que agradezco a Dios, lo que calmó mi preocupación. Pero cuántos miles de personas no tuvieron mi suerte? Los que estaban fuera de casa desesperaron al no saber qué y cómo quedaron sus familiares en sus domicilios después del sismo, por lo que el caos se acentuó. Autos que corrían desesperados, semáforos que no funcionaban porque la energía eléctrica se cortó en las avenidas principales de la gran Lima, apagones en amplios sectores y distritos limeños, algunos deslizamientos de tierra y rajaduras en las carreteras, suspensión de vuelos desde el aeropuerto Jorge Chávez donde algunas columnas del terminal se agrietaron, edificios en igual condición, zonas antiguas con viviendas y construcciones de oficinas en serio riesgo de caer. Todo esto junto dio inicio al caos y el cambio de la vida y el arribo a la muerte en tan sólo un par de segundos. Increíble, pero cierto.

Me quedé sin energía eléctrica, solamente una linterna y la calle como salón para seguir los detalles a través de un radio a transistores. A poco tiempo, me dieron puerta a la comunicación para informar a la población de Iquitos de lo que sucedía en la costa peruana, a través de la sintonizada Radio Arpegio y alcanzarle una primicia que oficialmente se daba y que la tomaba en el instante de su transmisión:
“El Instituto Geofísico del Perú anuncia que el epicentro está localizado a 60 kilómetros de Ica y a 47 kilómetros en el mar frente a la sureña ciudad de Chincha y la intensidad es de 7.5 grados en la escala de Richter”.

Lo que sigue ya es materia conocida, triste noticia, destrucción, despliegue de esfuerzos de todos pero insuficientes como ayuda, Ica, Pisco y Chincha destruídos, sin agua, luz y teléfono; cadáveres en las plazas y parques que sirven de morgue y que pronto se acercarán al medio millar y más de mil heridos que son atendidos con lo que se tiene y donde se puede.

En mí todo esto fue experiencia única, un movimiento demasiado fuerte para lo que conocía hasta ayer sobre este tipo de sismos. Ya son más de 400 réplicas y dicen los científicos que esto seguirá hasta sabe Dios cuándo. Me queda lo duro de lo vivido y un nudo en la garganta por la tremenda tristeza que espero pronto se desate en calma y resignación.