12/1/08

EL VIOLENTO REY ESPAÑOL DE LOS JÍBAROS

Alfonso Graña, el español que llegó a ser rey
de los indios jíbaros en la Amazonía peruana, acompañado
de dos nativos de esta etnia.

Además de lo que había redactado el mes de septiembre de 2007 sobre Alfonso Graña, el rey Alfonso I dominante sobre los jíbaros amazónicos, leyendo un artículo escrito en una de las muchas lenguas que aún se utilizan en España, me enteré que éste era un violento aprovechador de circunstancias.
Ciertamente dejando las actividades caucheras, hacia 1910 abandonó Iquitos y fue en busca de nuevos horizontes adentrándose en la selva en compañía de un hombre, eventual amigo suyo. Cuando de pronto se encontraron en medio de una guerra de indígenas en la cual fallece su acompañante. Impensadamente encuentra el aprecio de uno de los bandos en conflicto y es más, una de las mujeres de la tribu, la hija del cacique se enamora de él y esta situación hace que se quede a vivir entre ellos.

Es decir mediante la violencia y en la búsqueda de nuevas fuentes para ganar dinero, Alfonso Graña consigue el aprecio de los aguarunas. Aunque otra versión surge de su arribo a dominios indígenas de la Amazonía. Dicen los escritores, hurgando entre los apuntes de la época y las crónicas cargadas de fallas ortográficas, de Cesáreo Mosquera el propietario de la librería “Os Amigos do País” (Los Amigos del País”), que posteriormente se llamaría “Mosquera” y ahora “Tamara” en la segunda cuadra del Jirón Próspero en el corazón de Iquitos, que este Alfonso Graña en sus faenas de cauchero y los conflictos entre ellos logró matar a un patrón, dejó su fundo de Cajocunillo y fue a refugiarse entre los aguarunas, siendo bien recibido.

De su bravura y su vida casi salvaje, dos hermanos peruanos comentaron como para persuadir al gallego Benito Barcia Boente, uno de los más grandes caucheros que pasó por Loreto, que dejase de trabajar en una zona inhóspita del río Morona donde se explotaba el jebe porque él (Barcía)”…no es (Alfonso) Graña. Ese es un toro al que no le hace daño ni la shushupe. Creo que los demás son igual a él…”. Sorprendente visión de su figura ya que Alfonso Graña, “era un hombre alto y delgado, la apostura le venía de familia, conocida en la remota aldea natal por el apodo de Los Chulos. Le gustaba –quizá herencia del padre, sastre– vestir elegantemente, y se tocaba con unas gafas redondas que le daban un aire intelectual. Esa imagen, al parecer, le libró de morir a manos de los feroces jíbaros, y su audacia e inteligencia le servirían para suceder a su suegro a la muerte de éste”.

Algunos que conocían de cerca la vida de “Alfonso I de la Amazonía. Rey de los jíbaros”, aseguran que solamente trabajaba con los aguarunas y convivía con una de ellas. Vivía como un perfecto salvaje. Cuando en algunas ocasiones aparecía en Iquitos con cabezas reducidas, no faltaba quien comentara que él mismo hacía asesinar a los incautos para luego hacer reducir sus cabezas y después venderlas.

Alfonso Graña era oriundo de Rivadavia y de él se dice que llevaba a Iquitos las cabezas reducidas, solamente cuando las pedían, especialmente cuando las conseguía de guerreros a cambio de alguna buena carabina.

Lo cierto y en lo que se coincide es que “los indígenas lo adoraban y seguían a todas partes”. A ellos los “compraba” a su voluntad o quizá con ellos compartía la felicidad de viajar a la ciudad. Dicho sea de paso quería manifestar su fuerza protectora al contactarlos con los “occidentales” que vivían en Iquitos. “En la ciudad les curaba las úlceras de las piernas, les cortaba el pelo, les invitaba helados y los llevaba al cine. Por las tardes, los huambisas se vestían de frac y sombrero de copa de los masones de la colonia española y salían a pasear en el Ford 18 descapotable cedido por Cesáreo Mosquera”.

Cuando llegaba a Iquitos unas dos veces por año lo hacía con un gran cargamento de carne del monte, pescado salado, monos, venados, bueyes y motelos; “siempre rodeado de jíbaros que mostraban a las asombradas hijas de Mosquera las tzantzas o cabezas reducidas. Nadie sabía dónde vivía exactamente, pero se movía sobre todo en el entorno del Pongo de Manseriche, el terrible rápido a 10 jornadas enteras de canoa, río arriba, desde Iquitos” comentan sus biógrafos.

Quizá sean pocos los arequipeños, peruanos del Sur, que conozcan que durante el conflicto con Colombia en 1933, un avión de la Fuerza Aérea del Perú se estrelló en medio de la jungla y en la caída murió el piloto y el mecánico quedó muy herido, esto es avistado por Alfonso Graña y con una cuadrilla de indios acude a rescatar al sobreviviente.

“Fue entonces cuando Graña toma una decisión con la que alcanzaría una fama imperecedera. Embalsama el cadáver con la ayuda de los indígenas, ordena recoger los restos del hidroavión y los embarca junto al ataúd en una balsa. En otra, monta un segundo avión de la misma cuadrilla que había sufrido desperfectos tras el acuatizaje de emergencia, aunque sin víctimas. Y con esa frágil flota se dispone a hacer lo que parecía imposible: cruzar el Pongo de Manseriche.”

Después de una semana llega a Iquitos y es recibido por una multitud que reconoce la valentía de Graña que arriesgó su vida con el propósito de entregar el cadáver a la familia del piloto, que tenía grandes vínculos en las altas esferas del gobierno peruano que prontamente reconocería la “soberanía” de Graña sobre territorio jíbaro y la explotación de sus salinas. El piloto fallecido se llamaba Alfredo Rodríguez Ballón, cuyo nombre lleva el actual aeropuerto internacional de Arequipa.

Alfonso I, con todo su salvajismo descrito en los relatos de la historia, sus pintorescas manifestaciones, sus singulares expresiones y aportes a la sociedad del país, sigue siendo un personaje de atracción en la cultura del caucho y el indigenismo amazónico, que interesa lo suficiente a los españoles que alistan una película sobre su azarosa vida.