Alfonso Graña, Alfonso I, "comparece" ante la máquina de escribir de
Cesáreo Mosquera, al lado de dos jibaros que lo
acompañaron a Iquitos. Relata sus vivencias.
No solamente fue Francisco Pizarro el que llegó analfabeto al Perú. Junto al conquistador otros más no sabían leer ni escribir. Eso ya no sorprende en nada. Lo que advertí hace poco con asombro es que otro español haya calado en tierras de la Amazonía peruana siendo ajeno a la lectura y la escritura, ignorante en estas mínimas prácticas de la educación y dicho en una sola palabra: analfabeto.
Así como Pizarro, este personaje llamado en vida Alfonso Graña vino a conquistar y es más a ceñirse sobre su testa la corona de Rey. Sin duda un paralelo propio del aventurero y audaz que vino en busca de fortuna y vaya que sí lo logró. Su vida se ha hecho para una historia de cine, por su contenido de aventuras como esa de haber llegado a Iquitos como cauchero y terminado en 1934 como el rey Alfonso I sobre 5,000 indios jíbaros.
En sus comentarios sobre la sorprendente historia de los gallegos emigrados en busca de mejores tiempos, el comentarista Álvaro Otero, habla de Alfonso Graña como el analfabeto que dejó la iberia española y de forma asombrosa aprendió a leer y escribir en nuestra selva profunda, allí donde los indios no sabían de lectura y escritura. Dice que las tribus jíbara, huambisa y aguaruna de la provincia de Alto Amazonas, caracterizadas por guerrear sin detenimiento y luego reducir las cabezas de sus derrotados, acataban sus órdenes “con respeto y cierta reverencia”, pues veían en él a un hombre blanco excepcional que era inmune a las fiebres, al veneno de las arañas más crueles o a la furia de los pongos (rápidos) tan comunes en la zona donde vivía.
Fue en la vida real un Tarzán, el célebre personaje de la novela de Edgar Rice Burroughs pero a diferencia de éste, Alfonso Graña no vivía con los monos ni con Jane, lo hacía con los indios amazónicos y “se encaprichó con él la hija del jefe de la tribu”.
En el libro “Alfonso I de la Amazonia. Rey de los jíbaros” de Maximino Fernández Sendín se dice que “a finales del siglo XIX emigra a las Américas, recala en Belén de Pará y un tiempo después se traslada a Iquitos (Perú), donde está documentado que se encuentra en 1910 y trabaja en distintos oficios, incluido el de cauchero”.
Se dice que en nuestra Iquitos, “reside Alfonso Graña durante una década y traba profunda amistad con otro personaje de novela: Cesáreo Mosquera.”. Recuerdan la librería Mosquera de la segunda cuadra del jirón Próspero?. “Originario de una parroquia cercana a Amiudal, Mosquera era un ferviente republicano que había hecho la guerra en Filipinas antes de asentarse en la capital del departamento peruano de Loreto, donde había formado una familia y fundado la célebre librería Amigos del País, verdadero centro de reunión de la colonia española que acudía allí para enterarse de las últimas novedades de la patria y leer con fruición las novedades del Ya o El Sol.”
Cuando el precio del caucho cae en el mercado internacional, Iquitos declina en su economía y las posibilidades de Graña se ven afectadas hacia 1920 por lo que decide buscar nuevas oportunidades adentrándose en la selva. No le interesó hasta dónde llegar, lo que importaba era buscar mejoras formas de vivir. Pero cómo es que llegó a estar entre los jíbaros?. Se dice que viajaba con un hombre y de pronto se encontró en medio de una de esas guerras dadas entre tribus amazónicas, el hombre que lo acompañaba murió en la refriega y él salvó de morir y la hija del jefe indígena se enamoró de él con lo que sobrevivió.
Dicen los escritos que Graña “era un hombre alto y delgado, la apostura le venía de familia, conocida en la remota aldea natal por el apodo de los chulos. Le gustaba –quizá herencia del padre, sastre– vestir elegantemente, y se tocaba con unas gafas redondas que le daban un aire intelectual. Esa imagen, al parecer, le libró de morir a manos de los feroces jíbaros, y su audacia e inteligencia le servirían para suceder a su suegro a la muerte de éste”.
El periodista y escritor Víctor de la Serna comentaba que su desaparición de la urbe iquiteña fue tan notoria que el mismo amigo cercano, el librero Mosquera, no podía dar razones de su paradero. Solamente al cabo de unos años de su ausencia se supo que “allá por la gigantesca grieta que el Amazonas abre en el Ande, hacia el Pongo de Manseriche, vivía y mandaba un hombre blanco. Graña era el rey de la Amazonia. Y entonces un día, hacia Iquitos, avanzó por el río una xangada con indios jíbaros, muchas mercancías (…) y Graña. Lo reconocieron sus amigos y, sobre todo, con doble alegría, Mosquera”.
Por su audacia e inteligencia, algo que sus mentores lo resaltan, “Los indígenas lo adoraban y seguían a todas partes”. Eras de esos hombres que “metía en el bolsillo” a sus “hermanos” jíbaros o huambisas congratulándolos con viajes y contactos con la civilización urbana. Dicen que “En la ciudad les curaba las úlceras de las piernas, les cortaba el pelo, les invitaba helados y los llevaba al cine. Por las tardes, los huambisas se vestían de frac y sombrero de copa de los masones de la colonia española y salían a pasear en el Ford 18 descapotable cedido por Cesáreo Mosquera”. Sorprendente actitud que fortalecía su “jerarquía” indígena.
Su presencia en la ciudad, no solamente era la diversión que causaba reencontrarse con la cultura occidental, sino que alimentaba su espíritu fenicio. Llegaba a Iquitos unas dos veces por año y lo hacía con un gran cargamento de carne del monte, pescado salado, monos, venados, bueyes y motelos; “siempre rodeado de jíbaros que mostraban a las asombradas hijas de Mosquera las tzantzas o cabezas reducidas. Nadie sabía dónde vivía exactamente, pero se movía sobre todo en el entorno del Pongo de Manseriche, el terrible rápido a 10 jornadas enteras de canoa, río arriba, desde Iquitos” comentan sus biógrafos.
El respeto que tenían los jíbaros por el gallego era grande, por que veían en él su tremendo valor para enfrentar y vencer la naturaleza. Dicen que su valentía era incomparable en la época, en la que sobre una balsa atravesaba el Pongo de Manseriche sin ninguna atadura que lo proteja del mortal peligro. Recorrer el Pongo en esa condiciones es navegar “Diez kilómetros de violentos remolinos, rocas, torrentes…”, como lo describe Mario Vargas Llosa en su novela “La Casa Verde”.
Muy hábil, para ganarse el corazón de los indios, los enseñó a mejor utilizar la sal, indispensable para conservar el pescado y la carne, y valiéndose de las dotes de persuasión y su capacidad de mando redujo los conflictos entre aguarunas y huambisas.
Lo que se sabe de Graña en gran manera se lo agradecemos a Mosquera, el librero gallego de Iquitos quien cada vez que llegaba Graña a la urbe lo sentaba frente a él para recoger los relatos de sus aventuras, las escribía en una moderna máquina (la de esos tiempos). Ojo que Cesáreo Mosquera tenía aficiones de cronista, a pesar de haber conocido la lectura y escritura ya de mayor, lo que nos ha permitido el conocimiento de estos pasajes históricos redactados con abundancia de fallas en la ortografía.
De acuerdo a lo leído sobre el Rey Alfonso I de los Jíbaros Amazónicos, las noticias de hoy sobre las protestas indígenas por el uso de sus tierras en la búsqueda petrolera son cosa muy añeja. El mundo sabía del dominio de Graña en territorios indígenas, especialmente sobre zonas de probable riqueza de petróleo. Los vínculos poderosos del gran Rockefeller tendrían que llegar hasta él porque era necesario negociar para ingresar a la provincia de Alto Amazonas y explorar en el subsuelo los gigantescos bolsones de este hidrocarburo. “Cuando en 1926 la Standard Oil (la petrolera propiedad de los Rockefeller) quiso explotar los supuestos pozos petrolíferos del Alto Amazonas tuvo que pactar con Graña, y gracias a él pudo hacer los sondeos” porque de esa forma se evitaría que las tribus atacasen a los expedicionarios, en sus dominios el Rey Alfonso podría proveerles de víveres y algo más valioso que él sabía que era de dónde brotaba petróleo de la tierra con suma fluidez.
Años después, una expedición apoyada por el gobierno de España, destinada a efectuar estudios sobre las riquezas y la vida en la Amazonía continental despierta la atención de los gallegos en Loreto. El librero Mosquera y el monarca de los jíbaros se autoreclutan en la misión. La junta denominada “Expedición Iglesias al Amazonas” que es liderada por el famoso aviador Francisco Iglesias Brage, busca conocer todo tipo de aspectos de las vivencias de los selváticos como las costumbres de los indios, distancias físicas, fauna, forma de las embarcaciones e investiga entre los jíbaros sobre la técnica que tienen para reducir las cabezas o los efectos de la ayahuasca, planta de la que dicen “que no se toma para curar, sino para soñar”. Dicen los escritos de la época que entre los traductores jíbaros que mas colaboraba había un joven con mucho parecido a Graña, de quien suponen sería su hijo.
Graña para eso, era todo un personaje en el mundo. Respetado de una manera singular. Algo que acrecienta su poder. Durante el conflicto con Colombia en 1933, un avión de la Fuerza Aérea del Perú se estrella en medio de la jungla y en la caída muere el piloto y el mecánico queda muy herido, esto es avistado por Alfonso Graña y con una cuadrilla de indios acude a rescatar al sobreviviente.
“Fue entonces cuando Graña toma una decisión con la que alcanzaría una fama imperecedera. Embalsama el cadáver con la ayuda de los indígenas, ordena recoger los restos del hidroavión y los embarca junto al ataúd en una balsa. En otra, monta un segundo avión de la misma cuadrilla que había sufrido desperfectos tras el amerizaje de emergencia, aunque sin víctimas. Y con esa frágil flota se dispone a hacer lo que parecía imposible: cruzar el Pongo de Manseriche.”
Después de una semana llega a Iquitos y es recibido por una multitud que reconoce la valentía de Graña que arriesgó su vida con el propósito de entregar el cadáver a la familia del piloto, que tenía grandes vínculos en las altas esferas del gobierno peruano que prontamente reconocería la “soberanía” de Graña sobre territorio jíbaro y la explotación de sus salinas. El piloto fallecido se llamaba Alfredo Rodríguez Ballón, y el aeropuerto internacional de Arequipa lleva hoy su nombre.
Dicen que Alfonso Graña no pudo disfrutar mucho de su gloria, ya que murió poco después en noviembre de 1934, de acuerdo a lo descrito por el español Luis Mairata, residente en Iquitos quien dice en una carta que murió “cuando se dirigía a su fundo del Marañón. El pobre padecía cáncer de estómago y no tuvo remedio”.
Su amigo el librero Cesáreo Mosquera había viajado en junio de ese mismo año a España, con la intención de quedarse. La Guerra Civil lo hizo huir a Portugal, y de ahí, de nuevo, a Brasil. Nunca regresaría a España. Murió en Iquitos en 1955. La librería Mosquera sigue ahí, sus hijas que la administraban por muchos años, ya no están, aunque con el nombre cambiado la librería Mosquera sigue pero ahora se llama Tamara.